La Inteligencia Artificial es, sin duda alguna, uno de los avances tecnológicos más relevantes de la década en curso del siglo XXI; el desarrollo de sus aplicaciones y usos pueden ser aprovechados para, prácticamente, cualquier ámbito. Sin embargo, el costo ambiental que está práctica conlleva es sumamente grande. Las emisiones de CO2, el uso de recursos naturales y el consumo de energía que la IA causa tienen que ser reguladas y controladas, así como promover la búsqueda algoritmos “verdes”.
La Inteligencia Artificial (IA), como se le conoce actualmente, se ha consolidado como una de las tecnologías más relevantes y transformadoras de la época contemporánea. Esta tecnología abarca prácticamente todos los ámbitos, desde la medicina, educación, agricultura, industria manufacturera, entre muchas otras (IBM, 2023). John McCarthy la describe como “la ciencia y la ingeniería de fabricar máquinas inteligentes, especialmente programas informáticos inteligentes. Está relacionado con la tarea similar de usar computadoras para comprender la inteligencia humana” (2004). Es posible afirmar que la IA se ha constituido como una herramienta fundamental para la eficiencia y productividad en múltiples sectores.
Siendo este fenómeno algo planteado por los humanos desde hace mucho tiempo, es sino hasta 1956 que, el científico previamentemente mencionado, John McCarthy, acuña su término y da paso al inicio del campo de estudio de la ciencia de datos. En la actualidad, utilizando diversos tipos de Inteligencia Artificial, es posible el análisis de grandes cantidades de datos en muy poco tiempo, así como la capacidad de interpretarlos y tomar decisiones acertadas basadas en esta información (NetApp, 2023).
Sin embargo, la utilización de la Inteligencia Artificial trae consigo, igualmente, consecuencias negativas para el impacto medioambiental del planeta. El uso de IA, como Siri, Alexa, ChatGPT, la “nube”, entre otras, son actualmente los causantes de un alto porcentaje de emisiones dañinas para el medio ambiente, así como del empleo y desecho de recursos no renovables.
Uno de los principales daños ambientales que la utilización de IA conlleva es el alto consumo de energía que estas tecnologías emplean para funcionar. Esto ocurre, ya que, para la ejecución de los algoritmos, es necesaria la existencia de servidores y centros de datos físicos que consumen mucha energía. Es importante mencionar que, son los algoritmos complejos, por ejemplo, el procesamiento de lenguaje natural y el aprendizaje automático, los que consumen mucha más energía. En un artículo de la revista científica ethic, escrito en 2022, se afirma que la utilización de estos centros de datos abarca el 1.8% del consumo eléctrico de Estados Unidos. A su vez, citado en el mismo artículo, se estima que, en el año 2020, el mercado de las tecnologías de la información fue el ámbito que despidió alrededor del 3 al 4% de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) en el mundo.
La energía utilizada deriva del número infinito de datos que cualquier Inteligencia Artificial tiene que extraer del internet y que, posteriormente, tiene que ser procesada para emitir una respuesta adecuada. Es sumamente relevante mencionar que la “nube”, al igual que las IA que responden a preguntas con su “propia” voz en aparatos electrónicos domésticos, no son algo intangible, como se podría creer, sino, son algoritmos que se nutren de la información respaldada en complejos de servidores y centros de datos ubicados en todo el mundo. Para mantener estos centros de datos, son indispensables múltiples recursos no renovables, como el agua: para eliminar el calor que pudiera dañarlos, el enfriamiento por parte de aire acondicionado es necesario.
Adicionalmente al alto consumo de energía, esta problemática también conlleva el costo ambiental de la producción y eliminación de dispositivos de Inteligencia Artificial. Aunado a la contaminación constante del uso de esta tecnología, es igualmente importante considerar la contaminación proveniente de la fabricación de los componentes electrónicos y dispositivos necesarios para emplear la IA. Esta fabricación requiere de la extracción de, como se mencionó anteriormente, recursos naturales -como minerales y metales (litio)- que, usualmente son utilizados de manera no sostenible (FIGEMPA, 2019).
Actualmente no existen regulaciones contundentes por parte de gobiernos e instituciones para regular la contaminación provocada por la Inteligencia Artificial. No obstante, sí existen ciertos países que empiezan a reconocer lo imperativo que es abordar el impacto ambiental de la IA, y tomar medidas para su regulación y control. Por ejemplo, la Unión Europea, dentro de su iniciativa llamada Green Deal -que tiene como objetivo principal la neutralidad climática en 2050-, existe un apartado que promueve el uso de tecnologías limpias, estableciendo límites a las emisiones de CO2 -incluyendo la Inteligencia Artificial (Comisión Europea, 2023).
Otro país que ha incluido algún tipo de regulación sobre el impacto ambiental de esta tecnología es China, dentro de su Plan de Desarrollo de Inteligencia Artificial, publicado en 2017. Esta iniciativa tiene como objetivo hacer de China el líder mundial en IA para 2030, creando así las condiciones económicas para que tal innovación tecnológica sea posible. Dentro de este plan se incluyen objetivos ambientales: se establece que el “desarrollo de tecnologías de Inteligencia Artificial será promoviendo una eficiencia notoria en términos de energía y promoción de la fabricación de dispositivos y equipos con más conciencia ambiental” (BCN, 2017).
Por el contrario, es posible el uso de Inteligencia Artificial teniendo conciencia sobre el medio ambiente y los recursos naturales. Dentro del artículo previamente citado de ethic, se habla sobre la existencia de algoritmos verdes, y cómo disminuirían la huella ecológica actual de este sector tecnológico. Esto consiste en que la ejecución de tareas realizadas por la IA requiera un consumo energético menor, mediante la optimización de sus algoritmos (2022). La optimización mencionada radica en mejorar los parámetros utilizados para búsquedas de datos, la cantidad del tiempo empleado en esta búsqueda, y la reducción de información útil que los centros de datos tienen archivada.
A su vez, otra manera fundamental para disminuir la huella ecológica de la IA es el mejoramiento de la escritura de algoritmos. Su redacción influye directamente en su eficiencia y rapidez, así como en la cantidad de recursos naturales y consumo de energía que requiere. Siendo que la IA como se le conoce actualmente, con sus grandes avances tecnológicos, es prácticamente nueva, el conocimiento de su funcionamiento también lo es. El desarrollo de este campo de estudio es fundamental, principalmente para la escritura de los algoritmos, para así maximizar la eficiencia de la infraestructura tecnológica y servidores de los que la IA cuenta.
La Inteligencia Artificial es, sin duda, uno de los inventos más grandes y con mayor utilidad de esta época. Cuenta con una infinidad de usos, aplicaciones y servicios que son útiles para, prácticamente, cualquier ámbito y campo de estudio. Sin embargo, aun con todos los factores positivos, la huella ecológica y costo ambiental que esta tecnología causa es sumamente fuerte. A su vez, la información de este impacto ambiental suele no ser difundida y conocida.
Las medidas regulatorias para esta práctica, así como las ya existentes para cualquier otra que proponga una amenaza ambiental, tienen que ser aplicadas. Los gobiernos e instituciones tienen que regular y/o limitar esta tecnología, así como encontrar vías alternas para su realización y funcionamiento -como lo son los algoritmos verdes. A su vez, tiene que existir una concientización ambiental sobre esta práctica y sus consecuencias.