Gianfranco Vidal | Banquero Privado | Instituto Tecnológico Autónomo de México
La historia del libre mercado puede remontarse muchos siglos atrás, sin embargo, el sistema económico propiamente dicho tiene sus inicios en el siglo XVIII en Francia, tras el levantamiento armado de la Revolución Francesa y las ideas de la Ilustración. Fue en Reino Unido donde tuvo mayor auge; en 1776 Adam Smith escribe La Riqueza de las Naciones, libro que traspasó fronteras y posibilidades y se convirtió en referente para el desarrollo económico de los siglos venideros, en este se redactaron los principales postulados del sistema capitalista, “Free Trade”, “Free Competition” y “Free Market”, postulados que serían extendidos por el Imperio Británico a todos los rincones de la tierra.
Justamente, durante el siglo XVIII, el mundo moderno fue forjándose, economistas como Ludwig Von Mises y decenas más dieron un contenido filosófico a la incipiente ciencia económica, derivada del mercantilismo y el comercio. Fue en el recién formado Estados Unidos que estas ideas tuvieron terreno fértil para crecer y desarrollarse, la ferviente creencia en el respeto por la propiedad privada, el Estado de derecho, la migración masiva, la libertad de creencia religiosa, la libre asociación política, entre muchos factores más, dieron pauta al gran desarrollo económico, tecnológico, político y social que experimentó la joven nación americana.
Tras la Guerra de Secesión en la década de los 60’s del siglo XIX, Estados Unidos pasó de tener una economía preindustrial y agrícola a una altamente industrializada y capitalista, se experimentó un gran desarrollo que condujo a que a principios del siglo XX la nación norteamericana se posicionara como la economía más grande del mundo. Esta predominancia se acentuó mucho más tras la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos adquirió el título de Super Potencia y tomó las riendas del sistema económico y político internacional, se crearon instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización de las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Comercio, entre otras. Bajo este entramado institucional Estados Unidos consolidó su influencia global y moldeó el orden internacional a su beneplácito. Uno de estos postulados era la importancia del libre comercio entre las naciones.
Con el libre comercio Estados Unidos consolidó su dominancia económica, el dólar se posicionó como la divisa de reserva y se exportó el modelo a todos los rincones de la Tierra, se creía que a través del comercio se traería democracia y libertad, desarrollo y prosperidad a todos los pueblos. Así, se creó el GATT, Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, un documento que resumía la importancia del libre flujo de mercancías y servicios entre naciones para generar más riqueza. Fue en la década de los 70’s del siglo pasado cuando las ideas del libre comercio internacional tuvieron su auge, cuando la globalización estaba en su mayor esplendor. Prueba de ello fue la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, entre Estados Unidos, México y Canadá, un tratado revolucionario para su época que trajo consigo grandes beneficios para la región.
Fue hasta finales del siglo pasado, tras la caída de la Unión Soviética y la creencia del triunfo permanente del liberalismo, que nadie se oponía al libre comercio. Sin embargo, en el año 2001 la historia da un giro de 360°, cuando China ingresa a la OMC y experimenta un desarrollo y crecimiento nunca antes vistos en toda la historia de la humanidad; la mano de obra barata y los subsidios gubernamentales de Pekín hicieron que los mercados mundiales se inundaran de productos chinos, la manufactura global se mudó a China y se experimentó una transformación del sistema económico y comercial internacional, los paradigmas de hacía apenas una década habían cambiado radicalmente, las cadenas de valor globales habían sufrido una disrupción de consecuencias hasta entonces no imaginadas.
Desde la década de los 70’s el sector manufacturero en Estados Unidos fue en picada, ya no era rentable producir bienes y productos en suelo norteamericano, las grandes fábricas y los grandes centros de producción se trasladaron a países con mano de obra mucho más barata, China, Vietnam, Camboya, México, entro otros. Este fue uno de los efectos secundarios del libre comercio, desde el año 2000 se perdieron más de 5 millones de empleos manufactureros en EE. UU. y su economía se volvió fundamentalmente de servicios.
Ahora, con el regreso de Donald Trump a la presidencia del país más poderoso del mundo, los cimientos del mundo libre han sufrido cambios de paradigma nunca vistos, la imposición de aranceles a prácticamente todos los socios comerciales de Estados Unidos pone en riesgo la estabilidad del sistema de comercio mundial, pone al borde de la recesión y la crisis a las familias y empresas y pone en duda el papel de Estados Unidos en el mundo. El discurso populista de Trump no se sostiene con los datos, si bien se han perdido millones de empleos manufactureros, también se han creado millones más de empleos en el sector de los servicios, la tasa de desempleo en estas dos décadas ha sido considerablemente más baja que la reportada en los 70’s u 80´s, y el déficit comercial puede explicarse en gran medida por la estructura económica misma.
Si bien el libre comercio ha traído consigo varios problemas, también ha traído consigo grandes beneficios para los consumidores, acceso a más productos y servicios, de mejor calidad y a mejores precios, la competencia económica es vital para una economía próspera y vibrante. Es cierto, ciertas industrias y sectores requieren protecciones especiales, pero, para lograr avances significativos en cuanto a déficit, la negociación siempre será la mejor herramienta. Si Estados Unidos quiere conservar su lugar en el liderazgo global necesita asumir su papel con responsabilidad y visión de futuro, no están en juego los aranceles, está en juego el sistema económico, político y social de todo el mundo.
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