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El progreso de la ciencia radica en la empatía


Renata Rubí Hernández Monter / Licenciatura en Derecho por la Universidad Autónoma de Querétaro

Cuando se busca luchar por la vida de los animales no humanos, la ciencia creada por quienes sienten una profunda admiración y respeto hacia ellos es la herramienta aliada por excelencia.

En un mundo donde la empatía, en ocasiones, no es suficiente para buscar el cambio de paradigma que fomente extender la protección jurídica y social a la vida de los animales no humanos y al medio ambiente, resulta ser la ciencia la que fortalece y dota de investigaciones que permiten construir argumentos sólidos para convencer a quienes se mantienen renuentes de aceptar la inteligencia y sensibilidad de los animales.

Sin duda, el camino de quienes han marcado precedentes para conservar especies amenazadas por la caza furtiva o las industrias que acaban con el hábitat de los animales no humanos ha sido todo, menos, fácil, hasta el punto de costarles la vida.

Basta recordar a Dian Fossey, admirable zoóloga reconocida por su labor científica y conservacionista con los gorilas de las montañas Virunga, en Ruanda y la República Democrática del Congo, o los imprescindibles aportes de la etóloga Jane Goodall, quien fue pionera en adentrarse en el hábitat de primates.

Lo descubierto por la doctora Jane en esa investigación obligó a la comunidad científica a reconsiderar que el ser humano no es el único animal que posee inteligencia o que es el único capaz de crear y usar sus propias herramientas, así como experimentar emociones y sensaciones.

Fueron estas observaciones las que desataron una revolución por haber desafiado lo ya establecido y la razón por la cual sus opositores científicos se esforzaron en desacreditar estos descubrimientos bajo el argumento de no poseer información suficiente y que era una mujer joven. Por cierto, este argumento no ha cambiado mucho, ¿no es así?

La empatía al hacer ciencia permite abrir el campo de oportunidades y perspectivas para descubrir el mundo que rodea al ser humano y las diversas especies con las que comparte el planeta Tierra.

Las investigaciones aportadas por Goodall han sido parteaguas para la comunidad científica, no sólo porque fue la primera en hacer observaciones sobre los chimpancés con su investigación de campo en Tanzania o porque impulsó la apertura del enfoque científico al demostrar que los animales poseen similaridades biológicas, de conducta e incluso psicológicas con la especie humana, o que el ser humano no es el único animal con personalidad, pensamientos y emociones, sino porque su historia y resultados permiten plantear que la educación debe fomentar el aprendizaje desde la sensibilidad y la empatía, para que la crítica, reflexiones y soluciones que emanen de ese aprendizaje empiecen a tener un perfil más consciente, tan consciente que no se permite excusarse en que los conceptos anteriores (sensibilidad y empatía) resultan ajenos a la ciencia.

La doctora Goodall redefinió la forma de crear ciencia, ya que se permitió romper la estructura de sus contemporáneos que presumía de ser poco flexible, característica que quizá le habría limitado al observar, conectar y entender a los chimpancés, por consiguiente, hay que insistir en que el cerebro humano es tan maravilloso como complejo, pero si se logra unir el intelecto humano con el propio sentido, lo que se construiría sería todavía mejor, por lo que nos enseña que no es necesario dejar de ser objetivo.

Se puede hacer ciencia, ser empático y seguir siendo objetivo; de hecho, unir estas tres características permite tener resultados que llevarán al ser humano a su propia evolución social, desarrollando eventualmente una conciencia colectiva que accione en reconocer y respetar, pero, sobre todo, aprender a convivir con los animales de otras especies y proteger al propio medio ambiente.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad única y exclusiva del autor o de la autora.

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