El valor del salario mínimo ha sido tema de relevancia no solo en México, sino a nivel internacional en los últimos años, en gran parte por el aumento de precios súbito que ocurrió durante la pandemia. A primera vista, parecería que cualquier persona estaría de acuerdo con el concepto del salario mínimo: a todos nos gustaría obtener un pago más alto por nuestro trabajo. Sin embargo, si la solución fuera tan sencilla, ¿por qué no hemos acordado todos aumentarlo a niveles desorbitantes?
Para contestar esta pregunta se requiere analizar la teoría económica que se opone a aumentarlo, al igual que la teoría social que propone hacerlo. Desde un punto de vista de justicia social, se argumenta que todo trabajador merece un salario digno por su trabajo. Según esta postura, puesto que los productores (dueños de los negocios) preferirían tener ganancias más altas, ellos han presionado a las autoridades, utilizando su poder económico (capacidad de invertir, crear empleos y generar productos), a fin de mantenerlo bajo y que no se interfiera con sus ganancias.
Los defensores de esta postura argumentan que cuando las autoridades y estadistas deciden aumentar el salario mínimo, los productores obtienen menos ganancias a cambio de que cada uno de sus trabajadores reciba una mejor compensación, lo cual eleva los niveles de vida del país.
Asimismo, proponen que se fortalece el atractivo de la economía formal, ya que si hay mejores salarios disponibles los mexicanos que operan en la economía informal (vendedores ambulantes, franeleros) estarán más motivados a capacitarse para entrar a la economía formal y adquirir uno de estos salarios.
Un ejemplo de este argumento se puede ver comparando las métricas de desarrollo de México (donde se incrementa el salario mínimo) y Zimbabue (sin salario mínimo): hay razones para pensar que la existencia de un salario mínimo y leyes laborales han resultado en que a nuestro país se le considere más afín a las necesidades humanas (medido con un Índice de Desarrollo Humano equivalente al lugar 86), la ausencia de un salario mínimo podría explicar porque Zimbabue se ha rezagado (ocupa el lugar 146).
Revisando la teoría económica hallamos otra imagen. Según esta, el dinero es meramente un instrumento fiduciario, por lo que la cantidad de billetes que circulen en una economía no tiene valor, sino lo que les otorga un poder adquisitivo son la producción y mercados nacionales.
Lo mismo ocurre con el salario mínimo, pues importa poco cuánto dinero es el mínimo oficial que se le puede pagar a un trabajador; lo que importa es a cuánto poder adquisitivo equivale.
En este sentido, la teoría económica clásica argumenta que la idea de un salario mínimo es perjudicial, ya que el salario que se le paga a una persona es dictado por las fuerzas del mercado: lo que un empleador está dispuesto a pagarle a un empleado por realizar una tarea y el valor del pago que dicho empleado espera a cambio de llevarla a cabo. Una reglamentación del salario está de sobra, ya que la sociedad misma lo decide.
De esta manera, la teoría argumenta que cuando existe un salario mínimo y es dictado por un gobierno en vez de las fuerzas del mercado, la magnitud de la brecha tiene consecuencias. La primera es la reacción natural de los dueños de negocios al ser forzados por la ley a pagarle más a sus empleados: suben el precio de los bienes y servicios que venden para compensar la pérdida.
La segunda, y quizás más problemática, es la reestructuración de las empresas. Los salarios más altos pueden motivar a los productores a buscar estrategias alternativas a fin de mantener sus ganancias, como es reducir el número de empleados y sustituirlos con máquinas o, peor aún, incrementar la carga de trabajo a los empleados restantes.
Así, la postura sostiene que un salario mínimo es innecesario y aumentarlo es más dañino para las familias, ya que resultan en mayor desempleo a nivel nacional, precios más altos que neutralizan el poder adquisitivo de quienes ganan este salario y que perjudican al resto: a quienes ganan salarios más altos, a los trabajadores del sector informal y, sobre todo, a la población desempleada.
Respecto de la veracidad práctica de la teoría, aunque frecuentemente es difícil visualizar el efecto de aumentar el salario mínimo, los estudios longitudinales serios (Sowell, 2003) han hallado este patrón consistentemente a nivel global.
En vez de debatir cuál de estas posturas aplica para México, quizás valga la pena tratar de reconciliarlas. Ambas invitan a combatir los monopolios: debilitar a las empresas que compiten con ventajas excesivas promueve a que entren más competidores al mercado y que ofrezcan más empleo y mejores salarios.
Igualmente, la estrategia de aumentar el salario mínimo de forma indirecta (con el Monto Independiente de Recuperación) también podría ser viable, pues aumenta el salario del trabajador reduciendo en un margen menor las ganancias del productor.
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