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Enfermería, el Atlante de la salud en México


Gabriel Jesús Ceballos Solís / Licenciatura en Enfermería. ISSSTE.

En la mitología griega, Atlas fue un titan condenado por Zeus a cargar la bóveda celeste sobre sus hombros. Por esa razón, la analogía entre el gigante subyugado y el personal de enfermería en el SNS mexicano es más que válida y se describe a continuación.

Este arquetipo mitológico ha sido utilizado como símbolo de fuerza y resistencia estoica, pero también como advertencia del peligro de rebelarse contra los dioses, y son justamente estas similitudes con la disciplina de la enfermería las que permiten este ejercicio retórico.

El Atlante carga con todo el peso de los cielos y la bóveda celeste y el personal de enfermería representa más de la mitad de los profesionales de la salud en el mundo. La sentencia “si dios hablara lo haría a través de los números” hace referencia a que las matemáticas per se son exactas, no mienten, y por esa razón cuando la OMS estimó que hay cerca de 28 millones de profesionales de la enfermería, que representan 59% de las profesiones sanitarias, me brindó los elementos para creer que es precisamente esta profesión de los servicios de salud la que “carga en sus hombros” el cada vez más pesado e inestable SNS mexicano. 

Además, advirtió la OMS, invertir en ese grupo ocupacional contribuiría al logro de los ODS relacionados con la salud, la igualdad de género, el trabajo decente y el crecimiento económico, así como con la cobertura sanitaria universal y la calidad de la atención y seguridad del paciente.

Pero al parecer, ni los datos duros y la evidencia han sido suficientes para persuadir a los tomadores de decisiones en México, quienes siguen apelando a subterfugios políticos que se podrían resumir en la máxima aristofánica de “no me convencerás ni aunque me convenzas”.

Atlas fue condenado a cargar el cielo sobre sus hombros, el personal de enfermería resuelve la mayoría de las necesidades del SNS mexicano, pero vive condiciones laborales precarias. Las recompensas materiales y simbólicas para la enfermería, a pesar de ser la profesión sanitaria más numerosa y cuya actuación es crucial en el logro de metas nacionales y mundiales, no son equitativas con su contribución al bien común.

Esto lo explica la doctora Patricia Casasa, de manera magistral, al referir que en ocasiones el sistema de estratificación evita que miembros talentosos de los grupos sin prestigio ni poder social, tengan acceso a puestos directivos que tienen otras ocupaciones y posiciones mejor recompensadas de nuestra sociedad, porque de esta manera los grupos hegemónicos siguen detentando el poder.

En el SNS mexicano, y en la mayor parte de los sistemas de salud del mundo, los médicos siguen ostentando el poder y monopolizando los espacios de formulación de políticas en salud, perpetuando a conveniencia el paradigma biomédico mecanicista-reduccionista que, entre otras cosas, ha beneficiado a la industria farmacéutica, que les genera ganancias millonarias y alimenta el silogismo de que la salud está exclusivamente en manos de la ciencia, de la técnica (farmacología y cirugía) y del médico. Acortando o suprimiendo el marco de actuación de otras ciencias de la salud con una visión más integral.

Ejemplo de todo lo anterior es cuando en alguna ocasión escuché a un médico decirle al paciente que el personal de enfermería era el proletariado de la medicina. Hacía referencia a que arrendamos nuestra fuerza de trabajo a cambio de un salario, y aunque de manera explícita no lo expresó, dejó entrever que él, por el contrario, monetizaba su tiempo y conocimientos.

Seguramente no leyó el manifiesto comunista de Marx y Engels que inspiró al proletariado organizado, pero para su fortuna vivimos en una sociedad donde ellos (los médicos) se han vuelto poseedores de los medios de producción, y nosotros (enfermería) seguimos en vísperas de nuestro “octubre rojo”.

El salario de un enfermero eventual o suplente del sector público de la economía, en muchas ocasiones no supera los $2800.00 MXN. Además, los pagos llegan con retraso de hasta 6 quincenas, no cuentan con ningún tipo de prestación y, por si esto no fuera suficiente, en medio de la peor emergencia sanitaria en más de 100 años, fueron ellos quienes mantuvieron los hospitales funcionando durante el decreto presidencial que mantuvo a la base trabajadora incapacitada.

No me consta, pero estoy seguro que durante la pandemia por SARS-CoV-2, mientras enfermaban o veían morir a sus familiares y compañeros, estos nobles héroes en su más sincera muestra de patriotismo citaron a Joseph Addison, y exclamaron: “sólo lamento no tener mas que una vida que perder por mi país”.

Si sirve de algo, el verdadero valor de nuestra contribución no puede medirse por el salario que percibimos, pues los sueldos, como señala el economista-filósofo Frank Knight, dependen de las contingencias de la oferta y la demanda. El valor de lo que aportamos depende más bien de la importancia moral y cívica de los fines a los que sirven nuestros esfuerzos. Esto implica un juicio moral independiente que el mercado laboral, por muy eficiente que sea, no puede proporcionar. 

En mi opinión, si queremos mejorar la imagen simbólica que tiene la sociedad de nosotros, necesitamos seguir luchando por el reconocimiento profesional desde la academia, las instituciones de salud y el gobierno, no solamente para ser “regalos de reyes” o “héroes sin capa” en los discursos políticos de nuestras ilustres autoridades, sino para que esto se materialice en mejores condiciones laborales y suficientes salarios que nos permitan redimir la dignidad de nuestro trabajo.

Sin olvidar que, para ser torero, primero hay que parecerlo.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad única y exclusiva del autor o de la autora. 


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