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La compra de votos (Parte II): ¿cómo opera y qué hacer?


Pedro Huet

La compra de votos es un fenómeno electoral de gran relevancia en México. Independientemente de cómo percibamos la práctica, su existencia e influencia en los procesos electorales anuales son una realidad innegable en nuestro y muchos otros países. Puesto que ya hemos hablado sobre la historia de este proceso y cómo ha evolucionado en diferentes contextos, hora toca desmenuzar los posibles mecanismos mediante los cuales opera esta práctica, ya que esto nos puede ayudar a pensar cómo neutralizar o, en el peor de los casos, reducir su influencia electoral.

Una primera perspectiva sobre la compra de votos es que es una práctica que opera mediante el mecanismo de reciprocidad: una persona recibe un recurso (i.e. dinero) o un bien (i.e. una despensa) de parte de un individuo (i.e. un candidato o un operador político que trabaja para éste), y ésta voluntariamente decide darle su voto como agradecimiento. La literatura (Cialdini, 1984) argumenta que el mecanismo, más que operar por afectar los incentivos de los votantes, es una estrategia de persuasión muy primitiva y efectiva, ya que los seres humanos hemos desarrollado un sentido de endeudamiento con los demás que nos motiva a devolver una acción benéfica con otra de la misma naturaleza (i.e. dar nuestro voto).   

Una segunda postura pinta la compra de votos como un proceso de coacción. En este sentido, el argumento es que la práctica genera una obligación explícita y real de los votantes receptores: las personas que reciben un regalo o recursos son coaccionadas a tener que dar sus votos bajo amenaza de una repercusión (i.e. si no votan por el partido, se les sacará de un programa social). En muchos casos, los estudiosos (Weitz-Shapiro, 2014) han hallado que estas amenazas quedan vacías, pero el mecanismo persiste: puesto que los votantes son amenazados en experimentar una repercusión por recibir un bien y no cumplir su parte del acuerdo, se sienten prácticamente esclavizados por el ente que les “compró” su voto. 

Una tercera postura argumenta que la compra de votos es, en realidad, un juego simétrico de compra de lealtad. El argumento es que los votantes disponen de necesidades en sus vidas y que la venta de sus votos es una transacción que los satisface lo suficiente, al grado de continuar con esta práctica. 

Sin embargo, en el momento en que los votantes dejan de recibir un apoyo por sus votos u otro “comprador” (partido político) les ofrece una mejor oferta, dejarán de votar por el candidato que previamente les había comprado sus votos. Bajo esta perspectiva (Stokes, 2014), los votantes tienen la misma cantidad de poder que los candidatos y operadores que les compran sus votos: ellos están dispuestos a seguir vendiendo sus votos a cambio de que se les otorgue un pago. 

Esta perspectiva parece proponer que esta transacción es, en realidad, poco eficiente para los partidos políticos, ya que estos acuerdos los condenan a tener que ganar votos a partir de billetes en vez de hacerlo mediante bienes públicos (obra pública, programas sociales, leyes, etc.) que benefician a más personas y de forma duradera.  

Finalmente, una última perspectiva pinta la compra de votos como un proceso de movilización electoral puro. De acuerdo con esta perspectiva (Nichter, 2008), la naturaleza de la transacción es que los “compradores”, al saber que el sufragio es secreto, se les acercan a los votantes que ya saben que votarían por ellos, pero que no participan en las elecciones debido a que les es demasiado costoso hacerlo o no tienen suficiente interés. Al ofrecerles un pago, los incentivos de los votantes de ir a votar aumentan lo suficiente para llevar a cabo la acción y los candidatos que ofrecieron el bien saben que los receptores van a votar por ellos. Quizás el elemento más importante de este mecanismo es que parece argumentar que la práctica es benévola para el sistema democrático: puesto que la población que recibe un pago de un candidato político está yendo a votar por su preferencia real, lo único que la compra de votos genera es fomentar la participación electoral de más personas. 

A partir de estos datos, podemos sacar algunas conclusiones. Primero, parece que la compra de votos difícilmente ocurre a partir de amenazas, ya que el sufragio es secreto y cada vez es más difícil convencer a la gente que un partido puede enterarse de su decisión. Segundo, parece que esta práctica es demasiado costosa para los partidos políticos, ya que, teniendo México una población adulta en crecimiento, los esclaviza a estar comprando votos de más personas para ganar. Finalmente, es posible que la práctica podría reducirse notablemente si se ofreciera un incentivo adicional (i.e. desayuno, transporte, vales) a los votantes por ir a votar. 

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad única y exclusiva del autor o de la autora.   


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