“Hoy a las mujeres nos quitan la calma. Nos sembraron miedo, nos crecieron alas”. El panorama actual parece un insoportable desierto reseco. México está derramando la sangre de miles y miles de mexicanas. En este sexenio aumentó el número de mujeres desaparecidas un 161.6%. El Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia informó que de 2015 a 2021, el número de niñas y mujeres desaparecidas y no localizadas en el país aumentó casi tres veces . De acuerdo con ONU Mujeres, se asesinan de 9 a 10 mujeres diariamente en México . La violencia contra las mujeres ha llegado a tal punto insoportable que, en este ambiente sangriento, es sumamente necesario generar conciencia en todos los ámbitos de la sociedad.
Parte importante de la vida en sociedad es el arte: la música. “Canción Sin Miedo” es un testimonio palpitante de la legítima indignación y el profundo dolor de las mujeres frente a la violencia que sufren. Las mujeres claman y exigen paz. Es sumamente relevante que tengamos este tipo de canciones porque desde el sufrimiento y la aflicción esta canción inspira a la ciudadanía a no darle la espalda a las mujeres violentadas y desaparecidas.
“A cada minuto, de cada semana, nos roban amigas, nos matan hermanas. Destrozan sus cuerpos, los desaparecen. No olvide sus nombres, por favor, señor presidente.” En diciembre del 2023, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció la “revisión y actualización” del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y emprendió una preocupante modificación de las cifras de 110 mil registros, a tan solo 12 mil. El ejecutivo federal desapareció a los desaparecidos.
Tras esta arbitraria modificación del Registro Nacional de Personas Desaparecidas, se eliminó el rastro y la memoria de las vidas de cientos de miles de mexicanos y del sufrimiento y búsqueda incansable de sus familias. El recorte de los números no significa que la situación del país sea menos grave, al contrario: refleja la profunda corrupción y negligencia del Estado para garantizar la seguridad y respeto a la dignidad de sus ciudadanos.
¡Están desapareciendo a las desaparecidas! Esto es inaceptable; es un insulto a las víctimas y a sus familias. Una sociedad no puede sonreír al futuro teniendo sus muertos escondidos.
“Soy Claudia, soy Esther y soy Teresa. Soy Ingrid, soy Fabiola y soy Valeria. Soy la niña que subiste por la fuerza. Soy la madre que ahora llora por sus muertas.” Recordemos que las personas desaparecidas no son un número más que el gobierno puede eliminar a su antojo. Son personas humanas con dignidad. Todas esas personas que el gobierno ha eliminado del Registro Nacional son una vida que vale. Cada vida vale por lo que es, por el hecho de existir.
Cada persona tiene una dignidad inmensa, una dignidad infinita que se tiene que reconocer, respetar y proteger desde el Senado de la República, desde la Cámara de Diputados, desde la Corte y ¡desde Palacio Nacional! Nadie puede pisotear la dignidad infinita de la persona. Nadie. Ni el presidente, ni los partidos, ¡ni nadie! Y la dignidad es algo tan profundo que también los desaparecidos y los muertos tienen dignidad. Cada desaparecido tiene una historia, una vida. ¡No olvidemos que tienen un nombre!
“Soy la madre que ahora llora por sus muertas.” Digámoslo con claridad: las madres buscadoras son heroicas. Hacen un esfuerzo admirable que es muestra del amor eterno de una madre. Ellas merecen todo el respaldo de los legisladores y el gobierno.
“¡Justicia, justicia, justicia!” La sociedad clama paz y justicia. La paz es fruto de la caridad y la justicia. Sin embargo, en este panorama desolador, la justicia parece un oasis lejano en medio del desierto árido de la impunidad y el dolor. Las palabras aquí vertidas son más que meras reflexiones; son el eco de los gritos silenciados, el lamento de las vidas truncadas, el clamor de las familias rotas.
Cada mujer desaparecida, cada nombre borrado del registro nacional es un poema truncado, una melodía interrumpida, una historia que clama ser contada. El acto de desaparecer a los desaparecidos es una injuria a la memoria colectiva, una negación de la humanidad misma. Pero en medio de la oscuridad persiste una luz: la voz unida de aquellos que se niegan a ser silenciados, que exigen que cada vida importe, que se respete la dignidad infinita de la persona, que cada historia sea escuchada.
En este momento crucial en nuestro país debemos recordar que la lucha por la justicia no es solo un deber, sino un acto de amor hacia aquellos que ya no pueden clamar por sí mismos. Que nuestras voces se unan en un coro resonante, que nuestras acciones hablen más fuerte que nuestras palabras. Solo a través de la búsqueda incansable de la verdad y la justicia podemos comenzar a sanar las heridas de nuestro país y a honrar la memoria de aquellas que ya no están entre nosotros.
Que la justicia prevalezca, que el dolor se transforme en esperanza y que nunca más tengamos que lamentar la pérdida de nuestras hermanas, hijas, madres y amigas. Porque, en última instancia, la verdadera justicia no es solo un acto de reparación, sino un tributo a la infinita dignidad humana y a la promesa de un futuro donde todas y todos podamos vivir libres del miedo y la violencia.
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