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La reforma electoral, ¿antesala de la nueva dictadura perfecta?


Ricardo Arellano / Director Estatal de Juventud Real Durango

En el transcurso de los últimos años el descontento de los mexicanos hacia las instituciones y sus políticos ha incrementado.

De acuerdo con el informe del “latinobarómetro 2021”, 81 por ciento de los mexicanos están inconformes con el rendimiento de la democracia. Existen factores externos que provocan un notable desinterés del ciudadano. Entre ellos destacan los nulos e ineficaces resultados de los gobiernos electos.

Para muchos, el problema no está en el sistema, está en quienes llegan al poder con el sistema. Históricamente, un símbolo distintivo de México es la corrupción, que ha crecido a causa de los gobernantes saqueadores que, además de generar retrocesos económicos, también ocasionan retrasos democráticos porque este tipo de perfiles suman a la decepción de los mexicanos que prefieren reservar su derecho al voto en las siguientes elecciones.

Aunado a esto, vivimos en un país con marcados parámetros de desigualdad en el que impera el crimen organizado, donde hay campañas políticas de financiamiento ilícito y persisten los ataques a la libertad de expresión.

Con la polémica reforma electoral el futuro de la democratización en México es incierto. Por años hemos visto su evolución desde la creación de instituciones democráticas en 1977, la organización de las elecciones por el IFE en 1990 que para 2013 dio pasó al tan defendido INE y una serie de reformas más que nos han traído hasta este momento.
Hay varios elementos de la propuesta de López Obrador que han generado especial controversia: en primer lugar, que los consejeros y magistrados se elijan por medio del voto popular; segundo, que se reduzca el financiamiento operativo de los partidos políticos; tercero, recorte a la cantidad de diputaciones y senadurías; cuarto, que el control del Padrón Electoral deje de corresponder al INE.

Sin duda, la democracia no permanecería para siempre como la conocemos, pero una reforma con cambios de tal magnitud como la que propone el presidente López Obrador, casi en vísperas de la elección del 24, supone un gran desafío para la poca estabilidad de la democracia mexicana.

Cada elección parece ser una carrera en la que insaciablemente el candidato anhela llegar al cargo y en muchas ocasiones olvidarse del pueblo. México ha pedido hasta el cansancio un gobierno que en verdad represente, que haga de la política y la democracia elementos para ayudar y no para ayudarse.

La carente política de “yo tengo otros datos” o “quien no está conmigo está contra mí” para nada pone en mejor posición ni al gobierno, ni a las instituciones.

Lo que hoy conocemos como democracia no se hizo en un abrir y cerrar de ojos, pero se podría destruir con un chasquido de dedos. Sin embargo, aun con la polarización que ha ocasionado, la reforma electoral bien ejecutada podría representar también una oportunidad para enmendar la ineficacia del actual sistema.

Si bien es cierto que cada quien lucha por sus ideales, ha surgido la incertidumbre sobre si la famosa frase “el INE no se toca” en verdad representa una defensa a la autonomía de la institución o es solamente una fachada para asegurar la llegada al poder de ciertos perfiles.
Tanto ciudadanos como políticos de las más altas esferas temen que la controvertida reforma sea el inicio de una dictadura.

Además de reflexionar, hay que recordar que, por encima de las intenciones del presidente, todavía falta que a él y a nosotros nos juzgue la historia.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad única y exclusiva del autor.


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