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La retroalimentación y el Poder Legislativo


Héctor Eduardo Muro De Lara / Subdirector de Enlace y Vinculación Institucional

Popularmente se ha difundido la idea de que para ser realmente bueno en algo se requiere de la unión del talento nato y de la práctica constante. No obstante, diversos estudios y libros a principios del siglo XXI desacreditaron la noción del “talento nato”. Afirmaban que en esta fórmula importaba mucho más la práctica de lo que se creía.

Fue así como se extendió el método de “las 10 mil horas”, el cual propone, en líneas generales, que para ser experto en algo es necesario invertir cuando menos 10,000 horas en su estudio o práctica, primando el esfuerzo y el trabajo duro frente al talento. Este aspecto es el que tienen en común “los grandes jugadores de futbol, Mozart, Los Beatles, Einstein o simplemente aquello que distingue a los pilotos que estrellan aviones de los que no”. 

  Así entonces, bajo esta premisa, cualquier persona se puede volver realmente habilidoso en algo si satisface esta condición. Por supuesto, dicha teoría se complementa con ciertas variables, como las cualidades fisiológicas favorables para el desempeño de la actividad (por ejemplo, una gran estatura en el caso de un basquetbolista) o, incluso, la suerte (estar en el lugar y en el momento correcto). Pero, como ya se dijo, estas condicionantes son accesorias si se cumple el requisito principal.  

Sin embargo, esta teoría no es del todo cierta. Si bien el esfuerzo y la práctica juegan un papel trascendental en el desarrollo de habilidades, esto no lo es todo. Cualquier persona que busque convertirse en experto en algo requiere tener una retroalimentación adecuada. Sin importar cuántas horas le dediques a una determinada actividad, si no recibes la retroalimentación correcta este esfuerzo será estéril.  

Ahora bien, acceder a este estímulo es mucho más fácil para un deportista (pierdes el juego), para un matemático (tu resultado es incorrecto) o un ingeniero (tu creación no funciona) que para alguien dedicado a las ciencias sociales. 

En un estudio realizado entre 1984 y 2003, el politólogo Philip Tetlock analizó las predicciones de 284 reconocidos expertos en política para ver hasta qué punto se cumplían. El estudio determinó que los expertos más famosos eran quienes menos acertaron. 

Incluso su tasa de acierto era tan mala que una persona sin el más mínimo conocimiento en política, leyes o economía y que no se dedicara a hacer este tipo de previsiones, hubiese tenido más aciertos si asignaba a todos los eventos la misma probabilidad.  

Pero ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué para las personas que dedican su vida al estudio de las ciencias sociales es tan difícil acertar el resultado de un evento incierto?  

La respuesta se debe a la falta de retroalimentación; en las ciencias sociales no existe una forma verdaderamente efectiva de comprobar los aciertos y los errores en la gran parte de nuestras acciones, lo que, naturalmente, afecta la calidad del proceso de aprendizaje.  

Lamentablemente, esta circunstancia también se extiende a nuestro Poder Legislativo. Para comprobarlo basta realizar el siguiente ejercicio de reflexión: es relativamente fácil para el grueso de la población nombrar a un gran deportista, a un pintor famoso, a un gran inventor, cantante, actriz, científico, pero… ¿A un legislador?  

Lo más seguro es que un buen porcentaje de la población encuentre problemas para nombrar a uno. Es indudablemente más difícil para un congresista resaltar en comparación a otras profesiones y quizá eso se debe precisamente a la falta de retroalimentación en la materia. 

Aunque una ley esté técnicamente muy bien redactada, sustentada teóricamente y tenga amplio apoyo político, el legislador tiene múltiples obstáculos para saber si el efecto que produjo su iniciativa trajo un beneficio real a la sociedad. Está limitado materialmente por los recursos y el tiempo que implica dar seguimiento a sus iniciativas. 

Asimismo, es muy probable que la objetividad de su análisis esté sesgada por el ambiente político en el que está inmerso. (Las personas con las que convive tienden a ser afines a sus ideas políticas y la retroalimentación externa que puedan brindar va a estar subordinada a ello).  

Ahora bien, a pesar de que en años recientes se han tomado medidas que buscan aumentar la especialización legislativa -como la reelección de los legisladores o el implementar el servicio profesional de carrera-, aún existen múltiples espacios de mejora, pues en nuestro Congreso no hay algún órgano exclusivamente encargado de dar seguimiento al desempeño de una ley a lo largo del tiempo una vez que fue aprobada y las medidas para garantizar la revisión de los resultados siguen estando fuertemente influidas por el sesgo político. 

En atención a ello, el legislador tiene que constreñirse a sus propios medios (que, como se mencionó, no son del todo efectivos) para saber si su trabajo fue positivo o negativo, además, tiene que deliberar bajo su propio criterio.    

Por lo tanto, es necesario que sigamos buscando formas de garantizar una retroalimentación de calidad, creando las condiciones propicias para que los legisladores y su equipo técnico puedan aprender y perfeccionar su trabajo, pues esta cualidad es necesaria si se busca formar expertos en el Poder Legislativo, esto con el único fin de beneficiar a quien es preciso favorecer: nuestro país. 

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad única y exclusiva del autor. 


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