En los últimos 150 años, la sindicalización ha cobrado gran relevancia a nivel internacional. Históricamente, surge como un producto de las ola de revoluciones proletarias por toda Europa en 1848: el proletariado de los centros industriales se levantaron contra los dueños de las fábricas y contra sus gobernantes, quienes los consideraban igual de culpables por permitir su explotación laboral. En el momento, las quejas principales de los trabajadores eran poca seguridad en las condiciones laborales (accidentes frecuentes y que podían dejar a los trabajadores permanentemente discapacitados), jornadas laborales intensivas y la obtención de un salario demasiado bajo por el trabajo realizado. Por lo tanto, la unión legal de los trabajadores como un bloque para negociar con los empleadores y presionarlos a darles concesiones se volvió en una solución factible para que los trabajadores pudieran combatir la explotación laboral que sufrían al realizar sus profesiones.
Con el paso de los años, sin embargo, las regulaciones laborales han logrado mitigar muchas de las quejas iniciales de los trabajadores, ya que el establecimiento de salarios mínimos, límites a las jornadas, restricciones a la edad mínima para laborar y la obligación legal de las empresas de ofrecer condiciones de trabajo más seguras han hecho mucho para disminuir las condiciones hostiles que los profesionistas enfrentaban al diario. Es aquí donde surgen las preguntas críticas: ¿son necesarios o sobran los sindicatos en México? Suponiendo que sobran, ¿generan más problemas que beneficios?
El argumento principal para mantener los sindicatos en el país es que son de las pocas herramientas que tienen los trabajadores para protegerse de la explotación laboral. Aunque la Ley Mexicana prohíbe estas prácticas, hace apenas un par de años el gobierno federal presentó un estudio en el que halló que la explotación laboral en el país se disparó durante la Pandemia de COVID-19: de 6% en 2019 a 32% a finales de 2020. En otras palabras, miles de mexicanos ya sufrían explotación laboral; la crisis sanitaria solo los multiplicó. Quizás igual de escandaloso, las investigaciones realizadas por la Organización Internacional del Trabajo han hallado que, apenas el año pasado, cerca de 1 millón de mexicanos se encontraban en una situación de esclavitud laboral. Según ésta, los sectores principales en donde domina el abuso son la minería, agricultura y construcción, actividades económicas en las que no habría pretexto para aplicar la ley. El hecho de que exista explotación laboral en el país y que incluso haya una esclavitud laboral notable, parecen argumentos razonables para justificar que los trabajadores se unan en un bloque para negociar o presionar a sus patrones para obtener mejores condiciones labores.
Ahora bien, a los sindicatos también se les han atribuido críticas. La teoría económica clásica propone que intervenir en los mercados genera consecuencias sistemáticas. Podemos pensar qué resulta con esta disrupción: puesto que los dueños de los negocios deciden entrar al mercado con base en las ganancias que obtendrán, si las ganancias disminuyen como producto de un aumento del salario de sus empleados, deben replantearse su plan de negocios. En el mejor de los casos, aumentan el precio de los bienes o servicios que venden (pierde todo la sociedad menos los trabajadores); en el peor de los casos, pueden decidir salirse del mercado al ver pocas ganancias (hay escasez de bienes y desempleo).
Otro problema recurrente que se le asocia a los sindicatos es una pérdida de eficiencia. Aún si los trabajadores reciben salarios competitivos y poseen condiciones laborales favorables, éstos tendrían todos los incentivos de unirse en bloque y exigir aún más recursos de sus empleadores (riesgo moral). En el caso de las empresas, éstas pueden salirse del mercado al no ver ganancias; si se trata del sector público (i.e. un sindicato de maestros), éstos, en teoría, podrían dedicarse a extraer recursos públicos indefinidamente. Todo esto sin mencionar el sinnúmero de acusaciones y convicciones de corrupción que hemos visto en la dirigencia sindical.
Las nuevas generaciones en México tiene varias alternativas de enfrentar este reto. Sin embargo, una posible solución sería atacar el problema de raíz: los trabajadores no tendrían por qué sindicalizarse si a las empresas no se les permitiera hacer arbitrariedades con sus empleados (forzarlos a trabajar después de que sus jornadas hayan finalizado). Al resolver la causa principal por la cual se formaron los sindicatos, las autoridades podría dejar de apoyarlos y permitir al mercado fluir.