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La triste decadencia política


Fernando Moctezuma Ojeda

A pesar de los intentos sociales para lograr el rescate de nuestro país, hemos visto cómo desde principios de siglo a la fecha lo único que nuestras figuras políticas han hecho es decepcionarnos.

Cada vez hay más ejemplos de peores políticas públicas, peores gestiones, peor creación de desarrollo y nula sostenibilidad gubernamental.

En prácticamente todos los sectores vemos que la decadencia avanza y se establece en más áreas de nuestra vida cotidiana, como economía, seguridad, salud, educación, desarrollo o cualquier otra vertiente de nuestra vida como ciudadanía.

En el caso particular de la autodenominada Cuarta Transformación, llegaron al poder con base en promesas vacías que muchos advertimos desde un principio, eran inalcanzables, sin embargo, gran parte del pueblo, decepcionado, confió en la palabra de un hombre que durante al menos tres décadas aseguró que tenía la solución para dar fin a todas estas problemáticas.

Quienes estábamos conscientes de que esto era imposible de consolidar, ya hacíamos llamados a la reflexión y dimos cuenta de que no había manera de que pudiera lograr una mejora en la vida de la ciudadanía, pero dejamos fuera un punto fundamental: el hartazgo era inconmensurable.

De por sí, desde mediados del siglo pasado, la imagen del “Político Mexicano” era, cuando menos, cuestionable, al día de hoy, si bien hay todavía quienes creen y confían en que ‘ahora sí nos va a ir mejor’, la gran mayoría del electorado está en una apatía crónica.

Si bien hay cierto sector de la población que cada vez exige más y de mejor manera a sus representantes electos –sea en el Legislativo o cualquier poder en los tres órdenes de Gobierno–, hay otro, muy grande, que sencillamente se cansó de esperar.

El peligro de dejar que se queden así, sin más aspiraciones que llegar a fin de mes con su salario, es que arrastran a su familia y comunidad a este mismo pensamiento, lo que permite abiertamente que nuestra clase política continúe en el mismo letargo.

La ciudadanía tenemos la obligación de exigir resultados a nuestras servidoras y servidores públicos, que para eso fueron electos. Tenemos el deber civil, moral y hasta patriota de llamar a cuentas a la persona que tuvo la osadía de tocar a nuestra puerta para pedir un voto. Que cumplan el juramento que parece cada vez queda más vacío: “si así no lo hiciere, que la Nación me lo demande”.

Por más utópico y romántico que suene, ese lado de la responsabilidad recae en la ciudadanía; es momento de darnos cuenta.

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