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Leer es lo que nos mantiene humanos


Santiago Díaz-Dopazo

Vivimos en una sociedad, un mundo, un ecosistema interconectado de personas donde leemos más que nunca en la historia de la humanidad. Mensajes, correos electrónicos, boletines, textos de todo tipo y formato, redes sociales, películas, series, videojuegos; todos ellos una amalgama de contenidos que contienen letras combinadas para tener lógica y desarrollar narrativas. Pero ¿realmente estamos leyendo? 

Leer va más allá de ver subtítulos en una película o responder un mensaje de WhatsApp. Leer tiene que ver con saber esas palabras y sobre analizarlas, reconocer sus significados evocativos y misteriosos, brindarles contexto, atención, cuidado y, sobre todo, entendimiento. No es solo un acto mecánico de la mente, sino que también tiene que ver con sentimientos, emociones y capacidad analítica, además de ser un ejercicio que requiere de altas dotes de imaginación. Como diría el gran creador de la saga de Juego de Tronos, George R.R. Martin: "Un lector vive mil vidas antes de morir. El que nunca lee solo vive una".

Entonces, por supuesto, hay de leer a leer. En un mundo donde la capacidad de atención se difumina frente a la inmediatez, y donde lo interactivo, lo visualmente apelante, lo tecnológicamente vanguardista es la ley, el libro queda relegado a una afición lejana, antigua, aburrida. Leer se ha convertido también en un lujo; vivimos vidas rápidas donde la familia, el trabajo y el peso mismo de la hipermodernidad nos deja abrumados y sin tiempo. Al final de la jornada, cuando podemos darnos esos raros momentos de descanso, tenemos muchas formas de pasar el tiempo: ver un partido de fútbol, mirar nuestra serie de comedia favorita, jugar una partida de un videojuego en línea; pasatiempos que no requieren necesariamente de un esfuerzo intelectual. Ahí es cuando el libro pasa a un segundo plano.

¿Por qué leer entonces en un mundo que desesperadamente rechaza a los libros y que, de acuerdo con la lógica de competitividad y tiempo productivo, no tienen mucho sentido? Leer es un acto de amor propio en primer lugar. Sentarse en un sillón, relajarse, dejar que la mente divague a lugares desconocidos, las hojas rozando nuestros dedos y el aroma del libro inundando nuestra nariz es un acto que va en franca revolución contra la realidad: es un grito de guerra que resulta en concentración y, más importante aún, en la iniciativa de querer aprender más, de ser más. Leer es también una forma de conectar de forma directa en el pensamiento de gente de otros lugares, de otros pensamientos, de otros países, de otras épocas, y no a través de la forma impersonal de una foto colgada en Instagram, sino leyendo lo que su mente personal, única, e indivisible, plasmó.

Otro aspecto fundamental de leer es que no lo hacemos para ser mejores, para ser más productivos, aunque claramente hay toda una categoría de lectura inspiracional de coaching que ataca justamente a este segmento. La verdadera lectura, aquella que ayuda a abrir la mente, a generar cultura, ideas, organización y flexibilidad intelectual, nace y se nutre lejos de la cultura tóxica de productividad moderna. No se lee con un cronómetro, con una lista de libros por leer en el año; se hace por gusto, por consideración por la mente de una persona, por la satisfacción de encontrar una nueva historia que saborear. En el momento en que la lectura queda encadenada a una lista de pendientes enfocados en un objetivo único, todo su encanto se pierde y ya solo se ve como una obligación, no como un placer nacido de la propia voluntad del individuo.

En una realidad donde cada vez perdemos mayor control de nosotros mismos, donde vivimos a través de diferentes pantallas, soltando datos e información a empresas tecnológicas que buscan generar mayor dinero con un control de nuestras necesidades y sentimientos, al leer dejamos todo eso a un lado, lo apartamos de golpe y por una, dos o más horas, nos dedicamos a descifrar hojas, mismas que se remontan a décadas y décadas pasadas – o a bosques contemporáneos de narrativa e intelecto joven - y que contienen todo el conocimiento del mundo. Es un recordatorio de que todavía tenemos control sobre nosotros mismos, nuestras decisiones, nuestros placeres y, en última instancia, nuestro tiempo.

Leer es, en resumen, un acto de amor propio, una exploración de otros mundos, una oportunidad de descansar y adentrarse en realidades más allá de la a veces agotadora existencia moderna. A veces, lo único que necesitamos es un buen libro para ser felices.


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