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Marzo de cifras y privilegios


Isabela Magaña / Economía ITAM

Se acaba marzo y una ola de cifras duras y emociones llegan a mi sistema nervioso. Desde la preparatoria he tomado roles de liderazgo en temas relacionados con mujeres, desde advocar por justicia menstrual en comunidades rurales, hasta encabezar un grupo con más de 200 alumnas y exalumnas del ITAM para incentivar la participación de mujeres en sectores financieros y corporativos. Así, que como es esperado, marzo siempre lo he visto como mi mes y la marcha como mi espacio para expresar aquello por lo que he luchado tantos años. Pero este año, fue inevitable no ver la marcha como un privilegio.  

Privilegio sería que todas pudiéramos ir a marchar, pero se nos olvidan las mujeres que no tienen permiso en su trabajo para faltar y manifestarse o las policías que tienen que cuidar los monumentos pero nos muestran su apoyo portando listones morados.  

Privilegio es el no alterarse al saber que el 25% de las mujeres no tienen ingresos propios (en comparación con el 6% de los hombres).  

Privilegio es no desincentivarse al saber que solo el 13% de las sillas en los consejos de administración son ocupados por mujeres.

Privilegio es estar conforme con que las mujeres representan el 72% del valor económico del trabajo no remunerado, lo cual es equivalente a $6,432 pesos al mes.

Privilegio es no sentir rabia con el hecho que el 90% de las mujeres que han sufrido de violencia escolar, laboral, comunitario, familiar o de pareja no presentan una denuncia; y que el 76% de los feminicidios quedan impunes. Privilegio es no querer quemarlo todo al saber que según la OCDE, México es el primer lugar en abuso sexual a menores.  

Privilegio es tener todos los datos anteriormente mencionados y no querer gritar y exigir un cambio.

Pero ese privilegio se nubla en la marcha, al caminar y ponerle caras a esas cifras. Estar durante un día rodeada de mujeres con carteles afirmando que sus abusadores siguen libres, que el pacto patriarcal está intacto en sus familias o que una amiga, tía, hija o madre nunca regresó a casa.  

Privilegio sería solo ir a la marcha con tu outfit morado más bonito a tomarte fotos y compartirlas en Instagram. Privilegio sería solo tener la emoción de cantar canciones exigiendo igualdad y sentir esa sororidad y seguridad al estar caminando segura rodeada de mujeres todos los días.  

Privilegio, es que a pesar que este año no tuve la fuerza física ni emocional para poder ir a la marcha, en el ITAM, mi universidad, me convocaron para organizar actividades en torno al ocho de marzo durante toda esa semana.  

Privilegio es el saber que si decidía ir a marchar, tanto en mi trabajo como universidad, la inasistencia estaba justificada.  

Privilegio es tener una Subdivisión de Género e Inclusión en mi universidad, que no solo está presente en marzo; sino que trabajan todo el año para formar espacios y actividades para las alumnas y docentes.  

Privilegio es aceptar que si el próximo año decido ir a marchar, tendré a más de 180,000 mujeres esperándome en Reforma, pero que gracias a todas las revoltosas que han luchado por mis derechos y privilegios anteriormente mencionados, tengo espacios durante todo el año para luchar por la igualdad que tanto deseo ver.  


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