Más allá del culto a los héroes o a las políticas y credos ideológicos de determinados partidos, es necesario retomar conceptos, quizá no olvidados, pero sí empolvados que, por falta de práctica, han quedado oxidados.
Así, por ejemplo, somos muy propensos a resaltar nuestro valor patriótico en determinadas fechas y circunstancias, como lo fue hace unos días o en noviembre, pero el resto del tiempo permanecemos en una actitud pasiva o de franca controversia con alguno o algunos de los principios morales que nos dan sustento como nación.
¿Qué pasa en estos casos?
La respuesta es simple, pero a la vez refleja una problemática que abarca varios puntos. Por un lado, desconocemos gran parte de nuestra historia o no hemos aprendido a interpretarla; desde este punto, la problemática es educativa. Por otra parte, desde hace varios años hemos padecido lo que conocemos como transculturación, en este caso debida principalmente a la influencia norteamericana, que pretende sustituir nuestros propios valores por otros que nos son ajenos.
Por último, en este rubro, nuestra actitud puede deberse a la incongruencia entre los valores en sí y los propuestos por la autoridad.
Así entonces, por civismo debemos entender la conducta bien intencionada de la persona hacia sus semejantes. Ejemplos sobran, sin embargo, la práctica del civismo puede parecer difícil y, en algunas ocasiones, hasta imposible.
¿Cómo nos comportamos cuando conducimos nuestros vehículos en medio del tráfico? ¿Cómo reaccionamos al llamado ciudadano para mantener limpia nuestra ciudad, población o colonia? ¿Cumplimos con nuestras obligaciones ante el Estado, o tratamos de "darles la vuelta"? ¿Voto en las elecciones, como es mi deber constitucional, o simplemente no voy?
Podríamos alargar este tipo de preguntas hasta el infinito para darnos cuenta de que nuestro comportamiento diario implica una fuerte dosis de civismo.
Ahora bien, además de responder al cómo debemos comportarnos con los demás, es importante responder, de igual forma, a la pregunta de por qué.
¿Por qué la conducta del hombre debe ser civilizada, conducirse con civismo y no, como suele parecer muchas veces, manejarse de una forma más propia de los animales (sin ofender a estos últimos)? La respuesta se encuentra en el respeto a la dignidad de la persona; la convivencia humana sería, si no imposible, al menos muy difícil, de no existir el mínimo de respeto hacia el otro. ¿Por qué debo comportarme con civismo respecto de otra persona? Podría responder que de no hacerlo las consecuencias podrían ser negativas para mi persona, pero esto no sería válido, pues si ambos nos ponemos de acuerdo en un actuar no civilizado, quien paga las consecuencias es la sociedad misma.
Por el contrario, actúo con civismo respecto de la otra persona, porque me doy cuenta de su dignidad, de su propia valía. Al conceder ese valor al otro estoy consciente de mí mismo, del respeto que debo hacia mi persona: en esto consiste la esencia cívica: me respeto en la medida en que te respeto. Si nos damos cuenta de este hecho y lo vivimos en forma auténtica, muchos de nuestros problemas cotidianos de convivencia mejorarán.
Por último, ¿es el civismo un concepto olvidado? Más que olvidado, creo que es un concepto cómodamente relegado, utilizado en forma utópica o, en muchos casos, por desgracia, para señalar un simbolismo patriótico, nacionalista y patriotero.
Debemos retomar el concepto y vivencia original: apoyar la convivencia digna de la persona en relación a sus semejantes, respetando siempre su dignidad como persona. Si logramos, aunque sea un pequeño avance en este renglón, habremos logrado elevar nuestra propia dignidad respetando la de los demás.
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