“Por cada mujer cansada de ser calificada como hembra emocional, hay un hombre que aparenta ser fuerte y frío para mantener sus privilegios”
- Anónimo
Uno de los mayores obstáculos para el desarrollo personal y profesional de las mujeres mexicanas es la desigualdad de oportunidades, y no únicamente económicas, sino políticas y sociales.
Para empezar, es importante aclarar qué es el género, pues a diferencia del sexo, el cual es determinado por la naturaleza, el género se establece por la construcción social, que ha impuesto roles y fijado estereotipos a través de los años a todas las personas.
Existen, por ejemplo, los roles culturales en los que es común escuchar que las mujeres deben quedarse en casa a cuidar de su familia, mientras que los hombres deben trabajar para proveerla de recursos, justificando así muchas veces las paternidades ejercidas a través de la ausencia y premiando a los padres no ausentes.
Estos roles forman identidades en las personas que son determinadas desde muy temprana edad, dictan lo que debe o no hacer un hombre o una mujer por el simple hecho de serlo.
El género es una institución social que clasifica, regula, disciplina y contiene modelos cognitivos, es decir, cambia en las diferentes sociedades y con el transcurso del tiempo, y se expresa a través de lo que es socialmente “correcto”.
Las masculinidades hegemónicas, aquellas que se sustentan en el ejercicio de la violencia, son precisamente la naturalización de los estereotipos y se encuentran ligadas al poder y a la subordinación, puesto que la masculinidad es también un modelo social que a su vez impone una configuración sobre los hombres para demostrar su virilidad y hombría .
Hombres que se encuentran en un sector de poder inferior, que son socialmente oprimidos y sufren de rechazo por parte de otros hombres de sectores o ideales más altos, ejercen ese mismo poder sobre quien ellos consideran inferiores, en este caso las mujeres, y de ahí deriva una gran parte del inmenso problema de violencia de género ejercida en México.
Vivimos en una sociedad repleta de machismos cotidianos que perpetúan estereotipos y que muchas veces dejamos pasar de largo porque son actitudes y gestos que, gracias a que están muy naturalizados, se vuelven casi imperceptibles.
En muchas ocasiones la identidad de los hombres no está basada en sí mismos, sino más bien en “no ser como una mujer”, pero ¿qué hay de malo con serlo? El sistema patriarcal no daña sólo a las mujeres, sino también a los hombres que replican el modelo, porque existe un temor reprimido de no cumplir con lo que la sociedad demanda y eso también genera violencia derivada de la negación de emociones y sensibilidad.
Los hombres deben convencerse a sí mismos, a su familia y principalmente a otros hombres, de que “son lo suficientemente hombres”, a pesar de no cumplir con los estereotipos o roles impuestos para su género.
Para generar un cambio es necesario abrir espacio a la sensibilidad, reducir exigencias sexuales absurdas y dejar a un lado machismos cotidianos, como lo es pensar que un padre de familia que decide pasar un fin de semana con sus hijos en lugar de ir de fiesta con sus amigos es porque “su mujer lo domina”.
Es claro que no basta con una reflexión teórica, sino que se requiere llevar a cabo acciones que pongan fin a la sociedad patriarcal; necesitamos un entorno profesional incluyente para las mujeres con las herramientas necesarias para desarrollar su potencial; que verdaderamente las mujeres puedan ocupar puestos de liderazgo y toma de decisiones.
Ahora, ¿cómo lograrlo? Si bien es cierto que el Estado mexicano ha impuesto diversas políticas de igualdad, como la reforma constitucional que entró en vigor en junio de 2019, en donde, para garantizar los derechos políticos de las mujeres, el Estado debe asegurarse de que la mitad de los cargos de decisión sean para las mujeres, también es cierto que se requieren cambios estructurales que verdaderamente generen una participación efectiva de las mujeres.
Hay que cambiar los enfoques institucionales y organizacionales sobre cuestiones de género, se necesitan empresas conscientes de la importancia de la promoción de políticas de género; que el hecho de ser una madre trabajadora no implique disminuir oportunidades laborales o de crecimiento profesional, así como que el hecho de ser un padre trabajador no implique sacrificios respecto de la crianza de sus hijos.
Es claro que el poder de los hombres redunda en sus privilegios, mismos que tienen por el simple hecho de haber nacido varones, y si bien no son responsables de haber nacido como tales, sí lo son de seguir aprovechándose de esos privilegios mientras las mujeres luchamos todos los días por derechos que nos corresponden; deben estar conscientes de ello y dispuestos a renunciar a ellos para luchar por los derechos de paridad de género.
Ahora bien, no se puede esperar que los hombres cambien de un día para otro y que simplemente decidan dejar a un lado sus privilegios para construir una sociedad equitativa, por lo que urgen políticas públicas que impulsen la discusión de género desde los primeros años de vida de los seres humanos.
Es necesario transformar las condiciones de vida de diversos sectores sociales y, además, es de suma importancia que las instituciones educativas expresen valores que rompan con los roles y estereotipos, que establezcan nuevos discursos de género en donde no esté mal que a los niños les guste el color rosa y jugar con muñecas, donde no esté mal que a las niñas les guste jugar futbol y no les guste usar vestido. De esa forma, posiblemente se puedan comenzar a visualizar cambios en las nuevas generaciones y evitar todos los errores que hasta la fecha nos han traído a la sociedad en la que vivimos.
La paridad de género es una lucha social, económica, política y cultural que, una vez ganada, puede generar cambios tan trascendentes como disminuir significativamente los feminicidios, evitar vidas infelices llenas de violencia, entre muchas otras cuestiones. Como mujer, me cansé de tener miedo. Basta ya de la falta de oportunidades. Basta ya del machismo.