México es un país con multitud de virtudes y, a su vez, de defectos. Si me diesen a escoger una cualidad que representa a México y lo destaca por encima de otros países escogería, sin dudarlo, a nuestra cultura. A lo largo de los 5,120,679 km2 que componen al país podemos encontrar una basta y casi infinita cultura en cada rincón; desde las tribus nómadas del desierto al norte hasta las grandes civilizaciones que erigieron inmensos monumentos al sur, pasando por la inmensa cantidad de culturas que convergieron y coexistieron en el centro del país.
Estas grandes civilizaciones no solo existieron en puntos determinados del tiempo, sino que conservamos mucha de esa riqueza cultural en nuestras costumbres, tradiciones e inclusive en nuestra forma de hablar y, aunque lo neguemos y lo ignoremos, aun existen comunidades que viven, respiran, hablan y perciben el mundo tal cual nuestros ancestros, sin tecnología, sin estándares o necesidades sociales intrínsecas; simplemente viven y respiran la tierra y al mundo que les rodea.
Pero no todo es perfecto y son estas comunidades las que han sido abandonas, marginadas y segregadas durante más de 100 años, tanto por el gobierno como por nosotros como individuos, quienes, en busca de la utopía posmoderna, hemos sacrificado hasta el último vínculo con nuestras raíces y nuestra madre tierra con tal de cumplir todos los estándares impuestos por el consumo, pero no todos son así, no todos cambiarían a la cultura por la modernidad, a la fértil tierra por el asfalto o a la Luna por las farolas y, más importante aún, no abandonarían por nada del mundo a quienes escogen rechazar esta sociedad y deciden vivir aferrados a sus raíces; esas personas son los normalistas rurales, el verdadero símbolo de lucha y revolución, de amor, juventud y patria.
Como casi todo en nuestro país, esta historia tiene un origen tan antiguo como la vida misma, aunque en esta ocasión no será necesario remontarnos a los tiempos de los tlatoanis sino al de los caudillos. Con la Revolución y el inminente caos que conllevó surge, de entre todos los personajes políticos y militares, uno que lucharía por la verdadera mayoría poblacional del país: Los campesinos; el nombre de tan particular personaje es Emiliano Zapata Salazar, quien bajo la bandera de la frase “tierra y libertad” se convertiría en uno de los héroes revolucionarios más trascendentales y en un símbolo para la lucha de aquellos que han sido soslayados y reprimidos.
Hasta el día de hoy, ser una persona que pertenece a una población indígena es mal visto y en aquellos años era peor; los campesinos eran esclavos, explotados laboralmente, sin tierra y completamente analfabetas, sin ningún tipo de educación o algún tipo de derecho humano. A los ojos de los opresores ellos eran como animales con la única función de servir; Zapata lo sabía perfectamente, por eso, al estallar la revolución, el encabezó una lucha que hasta el día de hoy persiste, la de los campesinos contra los opresores. Es tal la importancia de este personaje que, aun después de su muerte, su imagen a sido transformada en símbolo de las normales rurales y ha trascendido para convertirse en la imagen de la lucha y la revolución.
El establecimiento de las normales rurales como instituciones gubernamentales se da en 1921, con el fin de formar maestros capacitados para desempeñar todo tipo de funciones pedagógicas en el ámbito rural. Esta idea se desprende de la lucha zapatista y de la necesidad de alfabetizar a todos aquellos individuos de origen rural que habían sido olvidados durante los años de Díaz. Como concepto es algo sumamente interesante, ya que capacitar a personas para que puedan vivir, coexistir y educar a quienes viven y perciben la realidad de una forma muy diferente a nosotros, le permite a la población acercarse más a la igualdad. En palabras de Flores (2021):
Las Escuelas Normales Rurales (ENR) han experimentado varias etapas en su historia, de 1921 a 1940, cuando iniciaron con un plan de estudios de dos años, vinculadas con los principios de la revolución de 1910. En el Cardenismo (1934-1940), tanto las ENR como las Escuelas Centrales Agrícolas (ECA), fueron transformadas en Escuelas Regionales Campesinas (ERC) de tipo mixto, al unir la enseñanza agropecuaria y normalista con un plan de cuatro años. En este periodo, se implementó la educación socialista y las ERC aplicaron un plan de estudios con materias de orientación socialista y materialismo histórico. En 1935, los estudiantes normalistas rurales conformaron la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) y recibieron formación política en los comités estudiantiles (p. 2)
Como podemos notar, este periodo de casi 20 años tiene raíces revolucionarias muy marcadas y, sobre todo, una ideología socialista que hasta hoy permanece; esto obviamente fruto del pensamiento socialista del cardenismo que, recordemos, se caracterizó por favorecer a la clase trabajadora y campesina mediante el reparto de tierras y el impulso a la educación rural. Todo esto cambiaría a partir de 1941 con la llegada de Manuel Ávila Camacho al poder quien, junto con Miguel Alemán, se centrarían en desaparecer la gran mayoría de cambios políticos realizados por Cárdenas en favor de una ideología de industrialización, devolviendo las tierras a los empresarios y reorientando las políticas educativas para desfavorecer a las comunidades rurales e indígenas del país. Una vez más, como bien explica Flores (2021):
(…) Los planes y programas fueron unificados y los contenidos se modificaron. Entre 1941 y 1943, la reforma administrativa y curricular separó la enseñanza normal de la agrícola; amplió el plan de estudios de maestro rural a seis años (tres de secundaria y tres de normal); las 35 ERC fueron reconvertidas en 20 ENR y 8 Escuelas Prácticas de Agricultura (EPA), y las ENR dejaron de ser mixtas (quedaron 10 de hombres y 10 de mujeres). Sin embargo, en 1959, las EPA no prosperaron y se cambiaron a ENR, por lo que estas últimas aumentaron a 29 planteles.
Todo este ajetreo y constante organización y reorganización tendrían su punto clave en el que, a su vez, es uno de los momentos más oscuros de la sociedad mexicana: La década de los sesenta.
Como bien sabemos el período que se comprende desde 1964 hasta 1982 está marcado por las practicas sucias de la política, las acciones coercitivas del gobierno, el autoritarismo y las desapariciones forzadas fruto de la guerra fría y ese constante combate ideológico de izquierdas y derechas. Llegados a este punto podemos empezar a inferir algunas cosas, principalmente el inminente peligro que corrían los normalistas rurales al ser los máximos exponentes de la izquierda mexiquense en un momento de la historia donde pensar de esta manera era casi una sentencia de muerte; el verdadero punto de quiebre en las relaciones gobierno-ENR llegaría en 1969, pero antes de esto tenemos lo sucedido el 2 de octubre de 1968. Lo ocurrido en Tlatelolco inició la debacle en las relaciones entre el gobierno y los normalistas, quienes hartos del autoritarismo, el abandono de la clase política y la nula libertad de ideológica, empezarían a levantarse lentamente para exigir un cambio social. Esto tendría su punto más alto a inicios de 1969 cuando una reforma educativa para reorganizar, una vez más, a las normales rurales generaría un gran rechazo del alumnado, quienes hartos de todo lo acontecido durante el último año empezarían a movilizarse; en palabras de Ortiz (2011):
La reforma educativa de 1969 se aplicó bajo argumentos pedagógicos, pero en realidad fue una medida para someter al normalismo rural que en 1968 jugó un papel protagonista como foco del proselitismo de izquierda y con influencia del Partido Comunista Mexicano.
Esto nos llevaría a una década de los setentas marcada por una constante lucha entre las organizaciones estudiantiles y el gobierno; desapariciones forzadas, marchas, peleas y mucho caos azotarían a las normales rurales en sus horas más oscuras; esto vendría a la par de múltiples campañas de desprestigio por parte del gobierno y los medios de comunicación que consistieron en pintar, ante los ojos de la sociedad civil, el imaginario de que los normalistas rurales eran radicales de izquierda que buscaban, por encima de todas las cosas, desestabilizar al país con sus actos y poner en riesgo a la ciudadanía.
Obviamente sabemos que estas campañas son una herramienta política, pero rendiría frutos al causar un gran repudio de la población en general y, sobre todo, generar una apatía con ellos; dicha apatía afectaría de manera indirecta a las comunidades rurales quienes no solo perdían su educación por los constantes conflictos, sino que se verían cada vez más marginadas a la par que las grandes ciudades se volvían núcleos poblacionales inmensos. Como bien menciona Flores (2021):
Las ENR habían sido derrotadas e iniciaron otra etapa. El movimiento de resistencia continuó en la década de 1970 y se ha prolongado hasta el presente. En su sexenio, con su política de apertura democrática, Luis Echeverría intentó conciliar con la sociedad, mediante una reforma educativa en todos los niveles: en la primaria, implementó una reforma curricular; en la educación superior creó universidades y amplió la matrícula. También se crearon más Escuelas Tecnológicas Agropecuarias (ETA) y Centros de Educación Tecnológica Agropecuaria (CETA), concebidos como carreras cortas o técnicas, que sustituían al bachillerato requerido para ingresar a la universidad. (p. 8)
La década de los ochenta estuvo marcada por el inicio del modelo neoliberal que claramente afectaría de forma negativa a las normales rurales quienes verían perdido el presupuesto y sus matrículas recortadas. A pesar de las múltiples huelgas que se suscitaron y los enfrentamientos ocurridos, estos fueron mermados y reprimidos por el gobierno lo que mantuvo a los normalistas en un periodo de estancamiento tanto presupuestario como de campo laboral. Llegados a la década de los noventas y en el punto más alto del neoliberalismo con uno de los sexenios más marcados por este modelo, las normales rurales vería una vez más un cambio con la reforma administrativa de descentralización educativa de 1993, con esto la administración de las ENR fue transferida a los gobiernos de los estados; esto redujo aún más las matrículas y vieron a las normales regionalizadas y limitadas en presupuesto llegando así hasta el día de hoy donde únicamente podemos encontrar 17, con un presupuesto irrisorio y cada vez más carencias mientras el gobierno lucha arduamente para desaparecerlas por completo.
Actualmente, en la tercera década del siglo XXI, encontramos a las normales rurales en situaciones precarias, de abandono e inmensa falta de recursos. Hasta hoy los normalistas han mantenido su pelea constante en contra de las represalias del gobierno; en estos años han vivido tragedias como la de Ayotzinapa, pero esto no los ha debilitado, sino más bien lo han usado como un motor de lucha y revolución. Así como el gobierno les ha dado la espalda a ellos, a su lucha y a su causa, en el proceso también les han dado la espalda a las comunidades rurales quienes veían a los normalistas como su única fuente de educación, como su esperanza por vivir en un mundo mejor y con una mejor calidad de vida, junto con el declive de las normales rurales también han arrastrado a todas y todos aquellos que, históricamente, siempre han sido abandonados por la sociedad. Si para alcanzar el progreso hemos de sacrificar a los que menos tienen y lo que somos, entonces es preferible negar el progreso y cambiar para favorecer a los que quisieron olvidar.
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Referencias
Flores, Y. (2021). Resistencia a la reforma educativa de 1969 en las Normales Rurales de México. Signos históricos, 23(45). https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-44202021000100120#fn3
Ortiz, S. (2011). Movimiento estudiantil en el normalismo rural mexicano. Del Cardenismo a la apertura democrática. [Tesis de doctorado en Historia]. Universidad Autónoma de Zacatecas.