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Objetividad, el concepto perdido en las transformaciones de México


Lic. José Antonio Rojas De La Cruz / Asesor Legislativo, Docente, Activista y Promotor de los Derechos Humanos

La historia de nuestro país, incluida nuestra propia cultura, raíces e identidad, son lo que son ahora gracias a un agitado y turbulento camino que miles de hombres y mujeres tuvieron que recorrer, incluso desde antes que nuestro país se perfilara como una nación libre e independiente. Pero ¿por qué tuvo que ser de esta manera?

Además de la explicación que podemos obtener a través de la Teoría del Conflicto aceptada por importantes filósofos y sociólogos pertenecientes a esta escuela de pensamiento moderno, podemos afirmar que en nuestro país los grandes movimientos y transformaciones siempre han estado acompañadas de una constante: la falta de consensos, esto derivado, entre otros factores, por la inquietante necesidad del ser humano de buscar el máximo beneficio para sí mismo; es así que los intereses personales podrán ser semejantes entre cada individuo o grupo de personas pero nunca iguales, lo que nos lleva al disenso y la subjetividad. 

Para ejemplo de lo anterior es necesario analizar partes fundamentales de la historia de México, y me refiero a las tres transformaciones que han moldeado su identidad y estructura social: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Si bien cada una de estas etapas representó un cambio significativo en la dirección del país, la ausencia de objetividad para alcanzar el bien común ha sido una constante que ha influido en la consolidación de estas transformaciones.  

Comenzando con la independencia que si bien no puede considerarse del todo como una transformación de “nuestro país”, sino un proceso que da origen a nuestra nación, representa el fin de 300 años de virreinato y el nacimiento de México; ese aspecto es a lo que le podemos denominar transformación, sin embargo, para que eso ocurriera tuvieron que perecer alrededor de medio millón de personas. Este momento histórico se construyó por la decisión y el liderazgo de, por lo menos, tres personajes a destacar, Miguel Hidalgo, José María Morelos y Agustín de Iturbide, cada uno con un objetivo y perspectiva diferente.  

Mientras Miguel Hidalgo dirigió una resistencia a favor del Rey Fernando Séptimo y José María Morelos estableció las bases de una República, es hasta que la lucha de Agustín de Iturbide triunfa en 1821, lucha que no se desarrolló tanto en el frente de batalla sino más entre las clases aristocráticas y altas que apoyaron la insurgencia, las mismas que consolidaron el gobierno virreinal durante 300 años y definieron la división de clases y el feudalismo, así como la distribución desigual de las riquezas. 

En este momento la esencia de la sociedad no se transformó, la transformación viene con el cambio de gobierno, de un virreinato a un imperio independiente. Es así que la falta de objetividad por un verdadero bien común, la falta de consensos y organización son producto de los intereses particulares y de grupo desarrollados entre la clase privilegiada de la época.  

A partir de este momento y previo a la segunda transformación de nuestro país se presenta un periodo caótico, donde una minoría sigue explotando a la inmensa mayoría, nada más que ahora abanderados por ideologías y verdades limitadas. En este momento, como en casi toda la historia mexicana, todos creen tener la razón y la única manera de resolver los disensos es a través de la guerra. 

Primero, con la decisión de la forma de gobierno; una república o un imperio, posteriormente con qué tipo de república es más conveniente, no para el pueblo, sino para las grandes élites que dirigen al nuevo país, el centralismo o federalismo. Posterior a ello, existe una fuerte polarización entre liberales y conservadores, en donde los únicos perdedores fueron miles de personas trabajadoras que tuvieron que enfrentarse a una guerra por una causa que ni ellos mismos conocían de su significado.  

Gracias a la falta de acuerdos, objetividad y verdadero interés por la población mexicana, es que nunca existió un proyecto benéfico para todos, hasta estos momentos la falta de acuerdos se resolvía con los enfrentamientos bélicos. Es el caso de la Guerra de Reforma, la segunda gran transformación de México, liderada por Benito Juárez, un momento de la historia que también costó miles de vidas por la intransigencia de grupos de poder que no pudieron ponerse de acuerdo. 

En este punto sí se puede referir a una transformación que va más allá del régimen de gobierno, por primera vez tenemos un cambio, una restructuración económica, política y social que permite avanzar a las clases desfavorecidas y salir de los estratos más bajos, así como la separación del Estado y la Iglesia. Sin embargo, sigue existiendo un dominio, subjetividad e intereses individuales disfrazado de buenas intenciones, democracia y libertad.  

Por otra parte, la Revolución, la tercera gran transformación, fue casi una repetición de todo lo anterior, una serie de guerrillas, grupos de poder en desacuerdo con otros grupos de poder, la arrogante idea de la única verdad absoluta, traiciones, contradicciones, intereses personales y miles de inocentes abatidos por la ambición de unos cuantos. Este periodo se le puede reconocer como trasformador gracias a Francisco I. Madero, que establece el precedente de la democracia real en nuestro país, pero lo que viene después es una representación de la falta de objetividad y egoísmo que la clase política puede llegar a tener. Las facciones revolucionarias divergentes tenían visiones dispares de la transformación que México debía experimentar, lo que resultó en luchas internas y falta de consolidación de un proyecto común, lucha del poder por el poder. 

  La ausencia de objetividad y verdadero interés por el bien común en estas tres transformaciones ha dejado un legado de divisiones en la sociedad mexicana. Las diferencias ideológicas y las disputas políticas han impedido la construcción de un consenso duradero sobre la dirección que debe tomar el país. Esta falta de unidad ha afectado la capacidad de México para enfrentar los desafíos contemporáneos de manera efectiva, ya que persisten divisiones profundas en temas clave como la economía, la educación y la justicia social. 

El egoísmo y los intereses individuales son un problema histórico que han sofocado las buenas intenciones para generar una sociedad más justa y equitativa, es por ello que en la actualidad se necesita una nueva transformación, una cuarta transformación que reconozca los errores del pasado y la historia de la objetividad como parte esencial para comprender los desafíos actuales y trabajar hacia la construcción de un México más unido y resiliente en el futuro.  

Hoy en día se está logrando hacer conciencia entre la población, se está impulsando su inclusión informada en la toma de decisiones, por primera vez en la historia de nuestro país es en el pueblo en donde reside la soberanía, la agenda pública es dictada por el pueblo, el único sabio y objetivo. Y esto es a lo que le podemos llamar la transformación más importante que ha tenido México.  

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad única y exclusiva del autor o de la autora. 


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