El diccionario de la Real Academia Española define clientelismo como la “[p]ráctica política de obtención y mantenimiento del poder asegurándose fidelidades a cambio de favores y servicios” que, traducido a un lenguaje menos amable pero más accesible quiere decir “compra legal de votos a través de regalos inspirados en la precariedad y pobreza del país”, y esta práctica es la que está hundiendo a la política como concepto en México.
Y lo más apremiante de esto es que no es una práctica que sea particular de un determinado grupo de políticos o de una ideología en particular ni de algún régimen específico, en absoluto; es algo generalizado. Lo hace la izquierda y lo hace la derecha; lo hacen los socialistas, los liberales y los conservadores; lo hacen los ‘buenos’ y los ‘malos’. Y han convertido a la política en el hazmerreír que vemos a diario en unas sesiones matinales de las que por ahí hacen resúmenes en YouTube para hacerlas digeribles, o algo por el estilo.
Cuando escucho discursos que hablan sobre lo hermoso que sería tener más participación ciudadana en las votaciones o la política en general, me es físicamente complicado no reprimir una pequeña sonrisa inyectada de un sarcasmo que hasta me amarga a mí mismo; y esta reacción, que es de lo más natural del universo, es el resultado de la percepción de la falta de congruencia que existe entre los discursos y la práctica.
Se quiere más participación, pero no hay nada que impulse a la gente a verdaderamente involucrarse. Y por eso se recurre al clientelismo, porque si no es por las buenas, entonces es por lo que venda.
Así como el cine se ha deformado en la farsa que vemos ahora en todas las plataformas digitales, en donde nos compran a base de violencia y sexualidad cada vez más gráficas, los políticos compran legalmente a sus seguidores a base de becas, salarios familiares y de las promesas más vagas que se les pueden ocurrir, seduciendo con palabras como “implementar, promover, erradicar, impedir, combatir” todas palabras hermosas que prometen y pintan un bellísimo futuro, pero que hasta ahora seguimos sin ver.
El gran problema de nuestros políticos, más que radicar en fundamentar sus campañas en promesas, que al fin y al cabo tiene que ser parte de la estrategia, es la falta de personalidad de sus contendientes. En este país tenemos a las figuras políticas más intrascendentes que haya visto en el planeta, y la razón es porque todos son iguales, reemplazables e intercambiables el uno por el otro.
En mi caso particular, que vivo en el Estado de México, me encuentro al momento en ese problema frente a las dos candidatas que contienden por la gubernatura de mi estado. Por un lado, tenemos a una candidata que es una más de las miles de hormiguitas trabajadoras, sin iniciativa ni pensamiento propio, que forman parte de la corporación socialista y populista de la cual estamos tan atarantados que ni siquiera me voy a tomar la molestia de mencionarla.
Y por el otro lado, tenemos a la otra candidata que, tomando sobre sus hombros la tarea de ser la imagen de los tres partidos políticos más opuestos entre ellos del país, no tiene una imagen clara de lo que representa y es por ello la burla desfigurada que vemos; una buena intención basada únicamente en ser la cara de la oposición, pero sin una visión propia, porque “unir es resolver”, siempre y cuando se tenga un mínimo de intereses en común, y ‘oponer’ no es suficiente.
Hace poco tuve la oportunidad de asistir a una reunión con una de las candidatas a la gobernación del Estado de México, y fue triste haber sido no solamente testigo sino participante de desfile tan necesitado de jóvenes muriendo de hambre por modelos a seguir, que se satisfacen con las migajas. Toda una institución universitaria gastando tiempo y recursos para traer a sus instalaciones a la figura política, para que compartiera con los alumnos un discurso tan aburrido y desprovisto de toda individualidad o personalidad, que ahora que estamos en la época de la Inteligencia Artificial, yo creo que cualquier tipo de programa inteligente es ahora más capaz de lograr emociones y convicciones que de lo que tuve que ser testigo.
Y al final, el regodeo de todos por robarle una selfie a la candidata estuvo tan encendido e interesado y desproporcionado, que por un instante dudé de si en realidad lo que había sucedido era que Jesucristo había regresado. Fue verdaderamente ridículo, porque las reacciones no eran proporcionales al talento alabado.
¿Entonces cuál es mi solución? Porque acepto que es muy fácil criticar; podría escribir muchísimos párrafos más expresando mi descontento con la política mexicana, pero de nada sirve si no se proponen soluciones. Yo entiendo el énfasis en las promesas y propuestas relacionadas con el agua, o la corrupción, o la seguridad, porque eso es llevar a nivel práctico y al día a día lo que se buscará cambiar cuando se haya ganado la elección.
Es, además, importante recalcar que, sin eso, sin decirle a la gente lo que cambiará de manera física y práctica en sus vidas, no es posible ganar el apoyo de la ciudadanía. Pero el gran problema, y donde veo yo la solución de recuperar el interés de los jóvenes y de la demás población en sus políticos, es la creación de personalidades políticas fuertes y memorables.
Poner como característica principal de un político su visión, sus ideales, aquello en lo que cree, los principios por los que lucha, y hacer de ellos la bandera de su movimiento es lo que hará de la política mexicana algo serio, y no un desfile de ‘llévele, llévele’ Porque, dense la oportunidad de imaginar por un segundo que en lugar de que la bandera de nuestros políticos sea ‘México, te regalamos un salario rosa’, o ‘México, estímulos fiscales’, o ‘México, seguros populares’ o lo que sea con lo que ahora nos alimentan para mantenernos calladitos y con la panza contenta, fuera en cambio ‘México, potencia mundial’ ‘México, el país con menor incidencia criminal en el mundo’ ‘México, la tierra sin polución’ ‘México, el paraíso de los emprendedores’ ‘México, Noruega y Finlandia no nos llegan ni a los talones’.
Al igual que las promesas políticas, mi solución queda vaga y probablemente no logra pasar más allá de una crítica, pero es una crítica inspirada por el vacío de lo que significa para mí, como joven, todas las caras de los que me representan, independientemente de su color o su supuesta ideología. Porque ya no hay ideologías; un día un político es de izquierda, pero al siguiente es de derecha, y al año es liberal y de nuevo de izquierda, porque lo importante no es mejorar a México, sino prolongar su carrera política.
Las dos candidatas actuales por el Estado de México no dejan de publicitarse con su gran carrera política, pero eso es totalmente irrelevante para el destino de un estado si al día de hoy no tienen nada sólido que ofrecer; y ése es el caso.
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