México se oscurece desde las seis de la tarde. En las sombras, los terrores se ocultan, los demonios adquieren formas humanas que protagonizan las pesadillas, los temores de las almas errantes de la urbe se vuelven reales. Vagantes, aterrorizados, los ciudadanos cargan con armas preventivas y ceden a la animalidad de la ley del talión; es la medida desesperada ante una sociedad distópica, hostil y criminal. Imágenes de hoy tienen un aroma a podredumbre de una Decena Trágica.
El salvajismo a lo largo de la historia mexicana nos aturde, desconcierta y harta. Al escuchar la palabra “matanza” desconocemos si se trata de Río Blanco, Cananea, Tlatelolco, el Halconazo, Aguas Blancas, o alguna de las mil y una actuales que causan gracia al poder Ejecutivo.
La matanza de Cholula, la Alhóndiga de Granaditas, la tortura de Gustavo A. Madero, los crímenes auténticamente misóginos de Carlos Denegri. Nada se olvida en el inconsciente mexicano, solamente se entierra en las fosas clandestinas de la vergüenza. Si el oprobio carcome la conciencia al recordar los crímenes históricos, no es por la daga que se clava una vez más en la llaga, sino por el miedo que nos ahoga, tememos repetir la historia en maneras peores porque aquellos crímenes son reflejo de sus tiempos.
Perversos y narcisistas inundan las calles, nos decepcionan los grandes al mostrarnos la faz degenerada por los vicios y las pasiones; así miramos una vez más a Octavio Paz, como Dorian Gray frente a su retrato demacrado, tras conocer su historia con Elena Garro; pero es difícil, por no decir injusto, quitarle el mérito a Paz por su extensa y original obra poética y sociológica. ¿Nos queda separar al autor de la obra?
Perversos que, víctimas de una infancia dañada y violentada, intimidan la esperanza de mujeres, hombres y niños de vivir una vida en paz. Todo victimario fue víctima alguna vez. En las familias mexicanas se guardan bajo una llave inaccesible los secretos, aquellos sucesos que prefieren olvidarse por “el bien de la familia”.
¿Cuántos hijos, primos, nietos y sobrinos no conocen los secretos a voces que los adultos intentaron enterrar? A veces, especulaciones, en otras ocasiones se conocen por las consecuencias que se traducen en un llanto por el resurrecto recuerdo. La familia mexicana tiene líderes adultos: la madre y el padre.
La madre mexicana es soldadera, Adelita y Malinche; fiera protectora desencadenada y objeto pasional encadenado, ella es confidente de secretos, hombro seguro y prudente mediadora. El padre, proveedor, ausente, macho, hombre. La mujer es madre antes que mujer. El padre es hombre antes que padre. La maternidad mexicana se estereotipa, la relación “jefa-mijo” donde la madre sigue una receta impuesta (receta producto del cariño por el hijo y de una sociedad machista donde la madre siempre está sola) que dicta: sacrificio por los hijos.
Mientras el padre se reinventa para él mismo, y posteriormente para sus hijos, la educación cae en manos de las ilustradas Sor Juanas enclaustradas, en manos de bélicas Leonas Vicario que luchan, muchas veces, por darle a sus hijos las vidas que hubieran querido para ellas, o bien, por las vidas que ellas tuvieron. El padre se reinventa cuando ama a sus hijos, cuando escapa del paradigma machista de simple proveedor. Por eso afirmo que, en México, la mujer es madre antes que individuo; el padre es hombre antes que individuo. Es una realidad deprimente.
La literatura, una de las bellas artes, nos ofrece una muestra interesante para estudiar nuestra sociedad en los tiempos en que se escribió; y me preocupa el paralelismo sombrío que encuentro entre la novela Pedro Páramo y los tiempos actuales. No sólo porque Pedro Páramo, a mi parecer, personifica la paternidad mexicana, un padre inexistente, en tanto es un padre ausente, y por ende no es mas que un padre biológico… aunque un hijo nazca, recordemos que: “Hijos de mi hija, mis nietos serán, hijos de mi hijo, en duda estarán”; se trata de un padre políticamente maquiavélico en virtud de sus intereses, un proveedor de sí mismo. Me pregunto si cuando Pedro Páramo abandonó a Juan Preciado anunció que iba por cigarros…
Hay honorables excepciones de padres que rehúyen a este paradigma, padres más que biológicos (o incluso, figuras paternas que no son padres biológicos); y aunque es cierto que los tiempos han cambiado, algunas cosas permanecen estáticas. Los peligrosos machistas desfilan en el día a día, y la mayoría de los hombres, callamos… aun sabiendo lo que hacemos, decimos y escuchamos.
Nosotros, los hombres, mientras las mujeres luchan por vivir, hemos de admitir que vivimos en la dulce apatía, en la indiferencia social, o en la impotencia de patear paredes al enterarnos del sufrimiento de una mujer a quien amamos. Y quienes transgreden al orden machista y su pensamiento misógino mexicano resultan ser individuos aislados. Al igual que secreto familiar, esto se conoce ampliamente, ¿o no es ya una frase muy común “no soy machista, pero…”? La esencia cruel de Pedro Páramo, de los crímenes secretos familiares, del rostro oculto de “los grandes” es el machismo; la memoria mexicana guarda el rastro misógino de su historia.
Memoria de un México en guerra consigo mismo, con lados políticos extremistas, de familias fragmentadas hundidas en la violencia, de calles anárquicas; una tierra ingobernable que derrama sangre, plomo y lágrimas; las noticias son tragedias que superan la imaginación depravada del Marqués de Sade. Pero en las mismas sombras de un parque, vi a un padre llevar a su hija en un triciclo. En la oscuridad de los escombros de los sismos veo gente ayudando, corriendo con palas y picos. La memoria mexicana guarda cariño, momentos bellos de amor y bondad. Pero también dolor. Enfrentar a la realidad por la memoria es el primer paso hacia la esperanza recobrada. Recuerdo cuando falleció el expresidente Echeverría en total impunidad y tranquilidad… ¿Ni perdón ni olvido? Sin perdón, olvido.
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