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Rutinas que abrazan


Santiago Díaz-Dopazo

No es exagerado decir que nuestra realidad puede resultar agobiante. No solo se trata de nuestras preocupaciones profesionales, familiares y personales; también estamos constantemente expuestos a un torbellino infernal de información. No somos ajenos a lo que sucede en Ucrania, en Gaza, en varios estados del país con la violencia. No somos ajenos a las transformaciones en el equilibrio debido al cambio climático; tampoco somos ajenos a la transformación tecnológica y social que conllevará la irrupción de la Inteligencia Artificial... Y esto solo abarca unos pocos puntos de ese infinito. Puede ser demasiado, ¿no? Sí, claro que lo es.

Ante este escenario, las personas buscan diferentes formas de poder desconectar la mente. Situaciones cotidianas donde pueden, por un momento, olvidarse de su entorno y encontrar consuelo, ánimo y una recarga - muy necesaria - de energía. No es de extrañar que el ejercicio esté de moda, las actividades al aire libre, las caminatas y una larga lista de actividades. Más allá de los beneficios para nuestro cuerpo que conllevan esta actividad, es un momento para uno mismo, para estar en calma, lejos de todo ese ruido.

El tiempo apartado y definido en las jornadas para hacer lo que nos gusta y tranquiliza es un lujo que cada vez apreciamos menos. Parte del sistema económico en el que vivimos se centra en crear personas hiper ocupadas, siempre produciendo y siempre siendo productivas. Es agotador, pero es lo que se espera de nosotros: no hay tiempo para el descanso, para el esparcimiento. De lunes a viernes debemos generar para ser los mejores, para poder tener esa vida que esperamos con ansias y que vemos repetida hasta la saciedad en redes sociales.

Pero no es cierto: podemos descansar, no hacer nada y sentirnos bien. No tiene nada de malo bajarnos de esa máquina por un momento para respirar, sin sentirnos culpables. Al contrario, es saludable, es bueno, es un acto de amor hacia uno mismo.

Yo lo hago todos los días: mis días entre semana pueden ser pesados, con largas jornadas laborales, reuniones, correos electrónicos, presentaciones, clases que doy en la universidad, revisión de exámenes y un largo etcétera. Cuando finalmente estoy completamente libre, el sol se ha ido y me quedan algunas horas antes de dormir.

Esos últimos momentos de mi jornada son sagrados y los dedico a mí y a descansar. No me importan los correos electrónicos de mañana, las reuniones de ayer. Lo que importa es cerrar mi mente de la mejor manera. De hecho, mi rutina es muy sencilla. Me siento en el sofá después de cenar y antes de dormir veo uno o dos capítulos de The Office.

Esta serie de comedia me trae tranquilidad, nostalgia, muchos momentos de risa y el formato de una producción lo suficientemente ligera que me permite verla sin tanta atención. Es un bálsamo en mis días y una rutina que llevo haciendo desde hace años.

Encontrar esa rutina que nos desconecte es necesario e importante: no crean esa falacia de que cada minuto del día tiene que ser relevante, tiene que ser trascendental. Antes que el trabajo, el dinero, las angustias y la vida, está uno mismo. Nosotros somos lo más importante; sepamos reconocerlo.


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