Ser mujer en México implica mucho más que solo formar parte del género femenino de nuestra población; es más que compartir características físicas, incluso de comportamiento, y que en teoría nos diferencian del varón.
Hoy por hoy, ser mujer en nuestro país significa tener que sobrevivir, en lugar de vivir, y andar por las calles con miedo porque, al menos en los últimos ocho años, las estadísticas muestran que pertenecer a nuestro género es razón suficiente para ser violentada, desaparecida o asesinada.
La desgarradora cifra de que en México desaparecen, en promedio, nueve mujeres al día, es indudablemente la alerta para vivir intranquila. Esa sensación se triplica al ser testigo de ello a través de las noticias, en las que noche a noche se cuenta la muerte de otra mujer.
Una mujer que bien podría ser yo, o mi madre, o alguna de mis amigas, porque, definitivamente, ser la siguiente víctima se ha convertido en un juego de azar.
Y no, no es exageración, ahí están los datos: de 2015 a la fecha, el feminicidio se ha incrementado 121 por ciento en México. Sí, 121 por ciento. Me quedo sin palabras ante esta realidad.
Este desolador panorama nos ha llevado a dejar de disfrutar la vida como deberíamos. No importa si somos niñas, jóvenes o adultas; somos mujeres y eso ya nos hace blanco de la absurda maldad de algunas personas.
Particularmente, me resulta increíble pensar que una niña, una menor de edad que únicamente debería preocuparse por estudiar, jugar, reír, de vivir plenamente, hoy tenga que ser alertada sobre la magnitud de los peligros que conlleva ser mujer en este suelo.
Me atrevo a decir que, muy probablemente, para una madre el temor se multiplica al infinito al preguntarse hasta dónde se alcanzará a proteger a una hija de la vorágine de violencia que se vive actualmente en contra de la mujer.
Esta horrible sensación de miedo e inseguridad ha llegado a afectar, sin duda, nuestra confianza en el ser humano; sobrevivimos cuidándonos hasta de quienes conforman nuestro círculo cercano.
Y no es paranoia porque las trágicas historias de millones de mujeres nos han demostrado que, en ocasiones, los enemigos, los agresores, están más cerca de lo que imaginamos y son capaces de robarnos la paz, la alegría de vivir y, por supuesto, la vida.
¿Por qué tenemos que experimentar esta angustia? No deberíamos crecer con miedo, no deberíamos vivir con miedo. Somos seres humanos, personas que tienen sueños por cumplir, mujeres que tenemos derecho a ser libres, a ser parte del futuro de México, de sus cambios, de su historia, sin embargo, pareciera que estamos destinadas a que todo eso nos sea arrebatado.
Sí, la violencia de género en México existe, se ve, se conoce, se experimenta. Los feminicidios son la máxima prueba de ello.
Ante esta realidad, reflexiono sobre qué podemos hacer desde nuestra trinchera. Salta a mi mente que entre mujeres solamente nos queda protegernos unas a otras y eso inicia desde lo más simple: apoyarnos, amarnos; dejar de lado el rechazo, el coraje que a veces llega a despertar en nosotras el que otra mujer tenga una mejor posición económica, social o profesional.
Dejemos fuera el empequeñecerse junto a una mujer más guapa o con más habilidades; no perdamos de vista que, en verdad, todas valemos por igual. Desechemos todos aquellos calificativos negativos que lanzamos en contra de una mujer solo por tener una idea contraria a la nuestra, o por su forma de vestir o de actuar. Empecemos por ahí.
Por nuestra seguridad, alcemos juntas la voz; hagamos mejores alianzas entre nosotras; terminemos con esa equivocada idea de que la peor enemiga de una mujer es otra mujer.
Si queremos hacer un cambio, si queremos que el mundo termine de entender que merecemos todo el respeto, comencemos por respetarnos entre nosotras, demostrar empatía hacia la compañera, la amiga, las mujeres de la familia. Dejemos de juzgar y tratemos de, por un segundo, ponernos en los zapatos de la otra. Abracémonos el alma.
Apliquemos el término que poco a poco ha ganado fuerza entre la población femenina: vivir en sororidad. Ocupémonos en percibirnos como iguales que pueden aliarse, compartir y, sobre todo, cambiar su realidad. Experimentemos esa solidaridad entre mujeres, especialmente ante situaciones de discriminación sexual y actitudes o comportamientos machistas.
Desde donde estemos, sin importar si somos estudiantes, profesionistas, legisladoras, madres, esposas, trabajemos para construir un México donde la equidad de género se vea en todos los ámbitos.
Estoy segura de que, así como yo, todas queremos un país donde existan las mismas oportunidades y el respeto a nuestros derechos como mexicanas.
Amo ser mujer, amo a mi país, y deseo disfrutar plenamente de mi libertad y seguridad en sus calles. Solo quiero vivir y dejar de sobrevivir.
Es por eso que hago un llamado urgente a nuestras y nuestros legisladores, a las fiscalías de toda la República, a que ataquen las diferentes problemáticas que impiden que las mujeres podamos vivir en un México libre de violencia.
Debemos erradicar la revictimización institucional. En las fiscalías hay letreros que señalan a la víctima por haber sufrido alguna violencia física, sexual, emocional o acoso. Es urgente que nuestras y nuestros fiscales ataquen los casos que son denunciados; que hagan justicia para la víctima sin revictimizarla.
Que nuestras legisladoras y legisladores dejen de crear leyes que lleven el nombre de una víctima. Por ejemplo, la “Ley Malena”, porque no fue solamente una mujer en todo el país atacada con ácido. Hay más víctimas de este delito, pero no se atreven a denunciar ante las autoridades correspondientes porque, como ya lo mencioné, no tienen un procedimiento específico, no cumplen su obligación de fiscales.
Muchas mujeres no denuncian a su agresor porque el Estado no les asegura ese bien público, esa protección a su integridad moral y física.
Es importante diseñar políticas públicas nacionales que sean efectivas y se cumplan en todo el país para crear una Ley Nacional, a fin de erradicar los delitos por razones de género.
Que el transporte público sea seguro, que no por ser mujer tengas que pensar tres veces si subes o no al camión. El Estado, a través de los trabajadores públicos, deben ofrecer esa seguridad y tranquilidad a las mujeres que viajan en el transporte.
Lo que no nos puede pasar como país es familiarizarnos y ver como algo natural la violencia que se genera hacia las mujeres.
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