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Túnez, la primavera que no se debe marchitar


Carlos Octavio Ramirez Camacho

¿Qué es lo primero que se nos viene a la mente cuando hablamos de primavera?

Quizás para los que tienen un pensamiento más romántico es inspiración poética que invita a escribir. Una cintura que divide el invierno del verano; se piensa en la silueta perfecta reverdeciente de las plantas y de las flores que vuelven a vivir, las aves cobran vida más que nunca, donde comienzan los días con una luz del sol como si fuera una mirada resplandeciente provocando un cambio energético, esplendoroso, algo así como un antónimo del frío con una ligereza y paz primorosa que hace parecer que el tiempo no vale y nuestros días son eternos.

Y es que absolutamente no es esto a lo que nos referimos cuando escuchamos sobre Túnez y las primaveras árabes. Sin duda hablamos de algo muy distinto con más conflicto que flores. 

Precisamente para los que desde hace tiempo no vienen siguiendo de cerca a este país, podrían pensar que situaciones que enfrenta hoy en día, como abusos de poder, la destitución del parlamento, reescribir la constitución, la ampliación de poderes del presidente, restricción de libertades, imponer mecanismos que pueden ser mal utilizados, como penas de prisión a la difusión de información falsa y discursos de impacto negativo sobre los migrantes, siempre han sido el pan de cada día. 

Pero pensar esto sería un error, pues Túnez es una pionera en el mundo árabe-islámico y líder entre muchos otros países, siendo un claro ejemplo en el África del Norte, teniendo ya algunos destellos de auténtico éxito. 

¿Por qué un joven vendedor de fruta cambiaría la historia para siempre detonando las primaveras árabes? ¿Cómo llegó la sociedad civil tunecina a ser un referente recibiendo el Premio Nobel de la Paz? 

Tristemente, a este movimiento no se le da el estudio ni la reflexión que merece. Si hacemos memoria, Túnez antiguo protectorado francés, alcanzó su independencia en 1956, cuando se acercó a una ideología dictatorial socialista para brincar a una autocracia policial con Zine El Albidine Ben Alí, que prometía democracia que no sería más que una vaga idea, ya que para los que quisieran presentarse como partidos necesitaban firmas con la peculiaridad que estas tenían que ser del gobierno que estaba en el poder aunado a que se hicieron reformas para que éste se pudiera seguir presentando a elecciones, lo que se traducía en un partido único en el poder. 

Todo esto daría un cambio como de película cuando en el país, en una atmósfera de abuso de derechos, crisis e impunidad, unos policías cometieran el error de confiscar el puesto del joven Mohammed Bouazizi, un vendedor ambulante de frutas en Sidi Bouzid. Posterior a esto, ante su gran descontento, éste se empapó en gasolina y se prendió fuego enfrente de un edificio de gobierno del poder local.

  Provocó el considerado por muchos como el más grande estallido del mundo musulmán, impulsando una cadena de protestas en todas las calles del país, generando una resistencia civil de varios sectores que se unieron para lograr el derrocamiento de su dictador, Ben Ali, en 2011, liberando a más de 500 presos políticos y siendo su sociedad civil galardonada con el Premio Nobel de la Paz por su diálogo que agilizó la transición nacional. 

Pero estas movilizaciones de la también llamada “Revolución de los jazmines”, se esparcieron e impregnaron como perfume por Egipto, Siria, Libia, Yemen, Bahréin, así como en distintos países en menor medida, pero generando las denominadas “Primaveras Árabes”, que clamaban el mismo lema, "shughl, hurriyya, karama wataniyya”, sintetizándose en trabajo, libertad y dignidad humana.

Estos levantamientos revolucionarios, antisistémicos y con la consigna de derribar los regímenes en turno, pueden ser cuestionados por su resultado en cada caso en concreto, pero hay que decir que sin duda alguna la primavera tunecina no se puede poner en entredicho y sus pétalos fueron floreciendo.

¿Por qué Túnez se ha ganado ser uno de los 10 países más influyentes de su continente y modelo en el mundo islámico?

Túnez puede presumir que institucionalizó un sistema democrático que ha logrado mantenerse, siendo Kais Saied uno de los pocos gobernantes en la región elegido por el voto de manera libre. En su economía ha dado golpes de autoridad, con implementación de zonas francas con costes laborales ventajosos en algunos sectores como el textil, introducción de contratos de trabajo flexibles, su modelo basado en incentivos a la inversión extrajera e impulsando importaciones destacadas en gas, petróleo, aparatos electrónicos. Su gran desarrollo de tecnologías de la comunicación. Miembro fundador del Acuerdo de Agadir que busca generan una zona libre de cambio entre los signatarios. Se ha ido alumbrando por perspectivas decenales como plan de desarrollo.

Un país maestro en demostrar que es posible dentro de una mayoría musulmana contar con derechos humanos de vanguardia, desde la entrada en vigor de su Code du Statut Personnel que denota para las mujeres una posición excepcional dentro del mundo árabe, con el derecho al divorcio, desaparición de la obligación de obediencia al marido, la no aceptación de la poligamia, consentimiento de ambos para el matrimonio.

 Derogó artículos en su Código Penal que daban viabilidad para que un agresor sexual pudiera evitar cualquier pena si contraía matrimonio con su víctima. Se tipificó el acoso sexual como delito. Son logros fundamentales el establecer en su constitución la igualdad de derechos entre hombre y mujer, punto que no se remarca ni si quiera en constituciones de muchos países que se hacen llamar progresistas. Además de ser el primer país musulmán donde las mujeres contra todo pronóstico pueden casarse con hombres de cualquier religión, todo esto en clima donde ha ido mejorando su integración en la educación en los distintos niveles, donde hay algunos puestos del parlamento ocupados por mujeres y muchas organizaciones también tienen voz para alentar la integración de la mujer tunecina.


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