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Una selfie cerca del cielo y la Vía Láctea de fondo


Juventina Bahena

Llegar hasta la cima de una montaña significa el reto personal de vencer obstáculos para estar en lo más alto de un lugar del planeta, pero ascender hasta el cráter del Citlaltépetl es tener la recompensa de observar desde ahí la perfecta línea curvada del horizonte dibujada con los cálidos colores del amanecer y luego tomarse la selfie, a más de cinco mil metros de altura, con la Vía Láctea de fondo, irisada de colores.

Es una experiencia única que únicamente un pueblo mágico como Orizaba ofrece al mundo.

El Citlaltépetl, o Pico de Orizaba, lo domina todo desde cualquier punto de la región. Siempre vigilante, protector, proveedor de manantiales, lagunas y ríos, de exuberante vegetación, que ofrece a los orizabeños un clima privilegiado.

Esta condición orográfica le da a Orizaba el significado de su nombre: “Entre montañas y aguas alegres”.

A lo lejos, el volcán ofrece la vista peculiar de una superficie veteada en plata y cobre, coronado con un cráter de 300 metros de profundidad. Parece un dibujo al carbón, por sus contrastes en blanco y negro, de trazos ondulantes.

Para no perderse la belleza del amanecer y sentirse más cerca del cielo, hay que escalar de noche por la ruta del Glaciar Jamapa , el único que queda de los 10 que había.

Si se inicia a las 12 de la noche, se puede llegar a las siete de la mañana hasta la cima. Hay zonas donde es tal la verticalidad que puede producir vértigo y si se usan técnicas especiales de anclaje, se corre el riesgo de caer por la pendiente como si fuera una enorme resbaladilla. Por esta ruta, todo es subir.

Con una altura de 5 mil 636 metros sobre el nivel del mar, es la cúspide más alta del país; un observatorio natural para la línea del horizonte que lo domina todo, antes de la luz brillante y cegadora del amanecer que va del naranja y amarillo, al violeta y al azul, colores de un arcoíris que no llegó a ser. Desde ahí se observa también la Sierra Negra, donde está instalado el telescopio milimétrico “Alfonso Serrano”.

Citlaltépetl proviene del náhuatl citlalli (estrella) y tepētl (montaña o monte), que significa cerro de la estrella, porque al atardecer Venus resplandece junto a él.

Cama de nubes 

Los senderistas prefieren subir el cerro Tepoztécatl. Por ese camino en la región de las altas montañas, suelen encontrarse con los lugareños que llevan a pastar sus rebaños. Los montañistas imprimen sus pasos en la tierra negra, volcánica, al límite de la tierra caliza de la Sierra Madre Oriental y los suelos volcánicos, dejando atrás los bosques de pinos, las matas de café y el campo florido. 

Inician el ascenso desde el Parque Nacional 500 Escalones hasta la Cascada del Elefante. La caminata inicia en el Cañón del Río Blanco, prosigue a la Laguna de Ojo de Agua hacia el Cerro del Tepoztécatl para luego bajar los 500 escalones rumbo a la cascada del Elefante (formada por rocas que asemejan la cabeza y los colmillos, y la caída de agua parece la trompa del paquidermo). Éste es un buen lugar para ejercitarse, subiendo y bajando los 500 escalones.

Atraviesan cultivos de café, platanares y chayoteras. Estas plantas tienen tallos trepadores de hasta 10 metros, que se entretejen en forma de enramadas, de las que cuelga la fruta. Las chayoteras cubren grandes extensiones de tierra.

El sendero conduce a la laguna de los Sifones, de aguas tan cristalinas que se observan en el fondo, no tan profundo, los peces casi estáticos, en un ambiente de tranquilidad. El agua proviene directamente del corazón de la montaña.

Hay que atravesar el municipio de Necoxtla, que aún conserva el Náhuatl como su lengua materna, y desde ahí al Cerro Gentil. Se puede hacer una parada en el mirador, desde donde se aprecia Orizaba, Río Blanco y la Perla.

Una parada obligada es en el Pico del Águila, una gran roca volada sobre el río La Carbonera, desde donde se aprecia el cañón del Parque Nacional. El reto: quedar suspendidos en el aire a 130 metros desde el Pico del Águila, por un rato.

La soledad y el descanso se dan cita en la cima.

Mientras desciende, el montañista va al encuentro de una cama de nubes, como un mar de espuma blanca, del que apenas emergen los picachos de algunas montañas. Arriba parece otro mundo con su propia tierra, su vegetación y su propio océano blanco, ajeno al mundo real.

Desde esa altura y a esa distancia, el Citlaltépetl muestra una majestuosidad impresionante; resaltan y contrastan sus vetas brillantes, las pinceladas rosadas, blancas, grises, armoniosas, como una postal de promesas por cumplir.


Orizaba y su gran riqueza cultural 

Orizaba posee una gran riqueza cultural. En el Palacio Municipal hay un mural de José Clemente Orozco, y el Museo de Arte del Estado resguarda 700 piezas arqueológicas, donde también se muestra al público la colección más completa de pinturas de Diego Rivera, obras de José María Velasco y parte del legado que dejara Alexander von Humboldt. 

En el Paseo del Río de Orizaba se puede transitar por los puentes más antiguos del estado. Algunos de ellos fueron construidos en 1550. Desde ahí es posible llegar a la Reserva Animal, que se ubica en la ribera a lo largo de cinco kilómetros, donde tienen su espacio gran cantidad de venados, tigres, dromedarios, cocodrilos.

Con los paseos en teleférico se tiene la vista más espectacular de la ciudad y sus alrededores.

Otras atracciones de la ciudad son el Ex Convento de San Juan de la Cruz, la Catedral de San Miguel, el Palacio de Hierro –construido totalmente de hierro– sede del Museo de la Cerveza. A su gran repertorio de leyendas y tradiciones, debe Orizaba su denominación de pueblo mágico desde 2015.

Por supuesto, no podía faltar el Museo de las Leyendas, que ofrece recorridos nocturnos desde el Panteón Municipal.

Otro lugar interesante de la ciudad es la laguna Ojo de Agua, que se alimenta de tres diferentes manantiales y está custodiada por la estatua de una sirena, que también tiene su correspondiente leyenda.

Los orizabeños están enamorados de su tierra. Algunos visitantes cedieron al embrujo de la belleza y establecieron su residencia definitiva en el lugar.


Con información de los alpinistas Manuel Gibran Aguilar González y Jorge Eduardo de León


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