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Atrás de la apatía estaba el duelo y carencias económicas


Juventina Bahena

El retorno a clases presenciales ocurre en un entorno poco propicio para la integración escolar, porque los muchachos vienen desconectados de la escuela y muy sensibles emocionalmente dado que cualquier tema que se toque gira en torno a la muerte, de la ausencia de sus padres y de las dificultades para retomar una rutina diaria.

Así resume Héctor Angel Audelo Firó, profesor de Educación Física a nivel secundaria, la apertura de las escuelas, luego de dos años en confinamiento debido a la pandemia.

Héctor nos cuenta de la crisis en salud, a la que se sumaron las precariedades económicas, la pérdida de empleos, el duelo de las personas por el deceso de familiares y lo vulnerables que quedaron niñas y niños.

El 20 de marzo de 2020, hace dos años exactamente, las escuelas recibieron la instrucción oficial de que suspendieran las clases. Lo que vino después fue muy caótico, explica Héctor, quien imparte clases en dos escuelas, la Secundaria Diurna Núm.15 “Albert Einstein” y la Escuela Secundaria Anexa a la Normal Superior de México. “La primera se olvidó totalmente de la educación, por lo menos mes y medio, y nos ateníamos a la información que se difundía por radio y televisión.”

En un análisis retrospectivo, Audelo Firó contrasta las decisiones tomadas por los directivos de un plantel y otro.

—La Anexa implementó el Classroom, las clases virtuales, y se logró concluir el ciclo escolar, no como hubiéramos querido, pero se terminó. La otra solamente utilizaba un blog para tener contacto con los muchachos de manera virtual, pero eso sí, nos teníamos que reportar a las siete de la mañana como si estuviéramos checando la entrada.

“La primera fue muy empática con los papás, que en su gran mayoría son maestros, y tanto el estudiantado como los padres recibían información directamente de la institución. Nosotros estuvimos dedicados a dar clases virtuales, por lo menos una vez a la semana, hasta que terminó el ciclo 2019-2020. Las escuelas actuaron de manera distinta. Para el año siguiente se hizo una planeación, pero las diferencias entre una y otra eran notables”.

Las razones atrás de la apatía

Al principio, señala Héctor, pensamos que era apatía de los padres para conectar a sus hijos e hijas a las clases en línea, pero luego asumimos que se debía a que no tenían los medios para comunicarse, aunque también hubo muchos fallecimientos. Por medio del chat nos informaban, muy internamente, el nombre de la persona y lo que le estaba sucediendo. Estuvimos muy atentos a la situación de los alumnos.

“Así nos enteramos de casos muy graves: en la primera ola hubo fallecimientos de papás, mamás y abuelos. Hubo niños que perdieron ambos padres y los abuelos terminaron siendo los tutores. Ocurrieron despidos laborales. Familias completas migraron a casa de familiares, de amigos, fuera de la ciudad; no había forma de pagar la renta.

Los niños grandes que se podían conectar tenían que cuidar de los más pequeños. Otros tuvieron que salir a trabajar para ayudar a sus padres con el gasto familiar. No podíamos obligarlos a que se conectaran, mucho menos a prender su cámara por la situación en la que se encontraban.”

Fue una exigencia de la autoridad escolar que los docentes se mantuvieran en contacto con los alumnos. “La comunicación con ellos era intermitente, había que localizarlos de cualquier manera, ya sea por teléfono, por correo, por blog, por cualquier medio.”

La autoridad, agrega, nos dio instrucciones de no reprobar. En mi caso no apliqué calificaciones menores de ocho porque entendía las circunstancias por las que atravesaban los muchachos. Cuando las clases comenzaron a regularizarse, los niños no se presentaban y eso lo entiendo porque como padre no iba a arriesgar a mi hija a llevarla a una institución donde los docentes no estaban vacunados y los niños no se sabía en qué condiciones se presentaban porque tampoco estaban vacunados.

“La pandemia nos sacó de la rutina diaria, los horarios, las comidas. Aumentó la obesidad; de por sí estábamos mal, pero ahorita estamos peor. Vida Saludable es una materia que se imparte como ´apoyo´ para los alumnos en torno a su alimentación y ahí se está viendo cómo rescatar lo poquito que podamos de lo que se perdió durante estos dos años”.

La pandemia socialmente los alejó, como familia los acercó

---Mi hija Fátima tiene siete años; tenía cinco cuando empezó la pandemia. Teníamos una rutina bien establecida. Nos levantábamos antes de las seis, desayunábamos, salíamos al mismo tiempo antes de las siete, yo a la secundaria, Fátima, al Cendi, y mi esposa, que también es docente, a su centro de trabajo. Con la pandemia empezamos a hacer todo en línea, mi hija ingresó a la primaria de manera virtual. Durante la pandemia, la familia siguió con la misma rutina.

Aunque hubo más libertad de horarios, nos levantábamos a las siete, desayunábamos temprano, Fátima tomaba su clase en línea, yo daba clases en línea y lo mismo Esther, mi esposa, y más o menos a las dos, que terminábamos de hacer todas nuestras labores escolares, preparábamos la comida, hacíamos la tarea y otra vez me conectaba a mis clases de la tarde. Nunca permití que todo se saliera de control.

Se ejercitaban en casa, Héctor les ponía rutinas y su hija participaba en las clases en línea con él. También trataron de apegarse a sus horarios de alimentación y de ejercicio. Eso, dice, los mantuvo ocupados, sanos, saludables, tanto mental como físicamente. “Si la pandemia socialmente nos alejó, como familia nos acercó”.

¿Qué rescatas de la pandemia?

—Que nos reeducó. Nos devolvió a esos hábitos que se estaban perdiendo, como el de lavarse las manos antes y después de ir al baño, antes y después de comer, limpiarse los zapatos a la entrada, el uso del cubrebocas, ventilar constantemente las habitaciones; que la gente que entre a nuestra casa observe las medidas de seguridad e higiene, tener un kit a la mano con gel y jabón, mantener la distancia.

El encierro y el aburrimiento acercó a los jóvenes y buscaron la manera de ocuparse en actividades de remozamiento de áreas comunes.

—El confinamiento nos volvió más solidarios entre vecinos, sobre todo a los más jóvenes. Comenzamos a reunirnos y organizarnos. Pintamos paredes y plafones de las escaleras, los muros de los pasillos. Gestionamos la poda de árboles, el desazolve de una alcantarilla, pintura para la fachada, con muy buena respuesta de las autoridades locales.

Hoy continuamos reuniéndonos. Nuestras conversaciones pueden durar horas y parecer intrascendentes, pero no es así ¿La familia? No, no es tema de conversación.


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