Aída Espinosa Torres Históricamente los pueblos y comunidades indígenas han sido marginados del desarrollo económico, político, social y cultural; se desconocen las manifestaciones propias de sus culturas. Sin embargo, una de las riquezas culturales de México son las etnias autóctonas, de las que tenemos decenas de ellas.
Hablar de Cunduacán, Tabasco, es referirse a una tierra rica en hidrocarburos, pero también en maíz, caña, cacao, plátano. Es una zona valiosa en cultura y tradición. Es un lugar que, gracias a su colindancia con varios municipios tabasqueños, se ha convertido en un punto clave para el crecimiento económico y el establecimiento de empresas transnacionales.
Recientemente se han difundido casos de apropiación cultural como el protagonizado por la marca Carolina Herrera cuando tomó elementos de comunidades indígenas para crear su colección Crucero, sin dar el crédito a los pueblos originarios; otro más fue el de la marca Sézane, que contrató a una mujer zapoteca por 200 pesos para que modelara un suéter de 2 mil 700 pesos.
El humano es habitado por dioses y bestias que lo suceden en la dirección de su propia vida. Así, todos, en tanto humanos, somos terribles y sublimes. Ésta es la idea que desarrolla el filósofo mexicano Lutz Keferstein en su texto Dioses y bestias. Quizá abusando de este argumento he justificado durante años mi pasión por un deporte que es -finalmente producto de la naturaleza humana- a su vez terrible y sublime: el boxeo.