La violencia contra la niñez es un grave problema que impera en México desde hace mucho tiempo; se le considera un fenómeno social, pero también como un delito que se sanciona de varias maneras, según se agreda a un infante.
Llama la atención la cantidad de prejuicios y lugares comunes que predominan en la mayor parte de los análisis que se publican en torno a la transición política que vivimos. La pretensión de comparar y analizar el actual proceso de transición con los anteriores lleva a conclusiones tan descabelladas y totalmente equivocadas como aquellas que aseguran que nos encontramos a la deriva autoritaria o las que de plano decretan la muerte de nuestra democracia. Nada más alejado de la realidad política del país y de la percepción mayoritaria de la gente.
El mayor enfoque dentro de este grupo son aquellas personas que pueden expresar por ellas mismas su identidad y orientación, pero perdemos enfoque a los que yo llamaría la real minoría. Son aquellas personas que además de pertenecer al grupo en contexto, pertenecen a otros grupos vistos como minorías y más vulnerables, toda vez, que padecen alguna enfermedad en sus facultades mentales o trastornos genético, siendo estas aquellas personas que tienen lo que se conoce como síndrome de Down, que por propia naturaleza del padecimiento se caracteriza por una apariencia física típica, discapacidad intelectual y retraso en el desarrollo.
Más que un proyecto de integración, la pasión por la unión de la región. En un momento de separación y división, donde lo más importante parece ser tener la razón en lugar de buscar aliados con los que seamos cercanos. Pudiendo compartir un sentimiento de querer desarrollo para toda la región, teniendo lugares con los que nos podemos sentir identificados, y representando juntos bases que nos formaron. Nos inclinamos hacia los países que se autodeterminan potencias por el poder y “apoyo” que conllevan, brindando “seguridad” hasta que sus intereses lo toleran.