Espacio Cultural / Raíces


news

Terribles y sublimes: la pelea entre Katie Taylor y Amanda Serrano


Gerardo Orantes

El humano es habitado por dioses y bestias que lo suceden en la dirección de su propia vida. Así, todos, en tanto humanos, somos terribles y sublimes. Ésta es la idea que desarrolla el filósofo mexicano Lutz Keferstein en su texto Dioses y bestias. Quizá abusando de este argumento he justificado durante años mi pasión por un deporte que es -finalmente producto de la naturaleza humana- a su vez terrible y sublime: el boxeo.

Al igual que muchos aficionados, sábado tras sábado espero la función nocturna del deporte más mexicano. El pugilismo es de extrema exigencia física y mental. No solamente porque en cada exhibición los deportistas arriesgan su vida, sino que, además, requiere de cuidados y sacrificios ingentes: horas intensas de entrenamiento, alimentación estricta, preparación para la pelea que pone a prueba los límites del cuerpo, quizá como ningún otro deporte. Como entretenimiento, el boxeo representa una industria gigante para las ciudades que hospedan los combates, pero también para las casas de apuestas, televisoras y servicios de streaming que transmiten las peleas.

Es un espectáculo global con aficionados en todos los continentes, de todas las edades y de todos los géneros. Todo ese esfuerzo empeñado en brindar entretenimiento al aficionado suele ser muy bien remunerado, tanto, que no es poco común que sean boxeadores quienes encabecen la lista de deportistas mejor pagados.

Por otro lado, habría que decir que es uno de los deportes con mayor desigualdad en la distribución de las bolsas de dinero. Su repartición sigue una lógica absolutamente comercial y no necesariamente apegada al mérito, discriminando así por el peso de los combatientes, lugares de origen y, de manera muy notoria, el género.

A diferencia de otros deportes, el boxeo femenil lleva practicándose ya algunos siglos. La primera evidencia se remonta a inicios del siglo XVIII, en Inglaterra, una de las naciones con mayor y mejor afición del mundo. Desde entonces, ha cambiado tanto la práctica del boxeo que tendríamos que pensar en ese ejercicio como una especie de protoboxeo.

Es realmente hasta el siglo XX cuando las reglas y sistemas de competencia alcanzan cierta madurez y con ello el surgimiento del boxeo moderno. Así, este deporte ha tenido desde sus albores dos ramas: la varonil y la femenil. Sin embargo, desde el origen las condiciones han sido profundamente asimétricas.

Las mujeres, además de los esfuerzos propios del deporte, se han enfrentado a los prejuicios y visiones conservadoras, machistas y de asignación de roles de género que han obstaculizado su pleno desarrollo deportivo. Por ejemplo, a pesar de que la primera función de box femenil en los juegos olímpicos fue en San Luis, 1904, tardaron más de 100 años en incorporarlo oficialmente a los deportes olímpicos. El propio Reino Unido, país que vio nacer la rama femenina, prohibió su práctica de 1880 a 1996. En Estados Unidos y otros países también existieron leyes similares. Las mujeres, por su parte, se han abierto camino, literal y metafóricamente, a golpes. Su lucha ha incluido desde juicios por discriminación hasta huelgas de hambre y en un plano más mediático han sabido aprovechar las oportunidades en eventos grandes en los que han demostrado que tienen las cualidades suficientes para brindar espectáculo al público.

A pesar de todos estos esfuerzos, sigue existiendo en el boxeo femenil y varonil una profunda asimetría en oportunidades de entrenamiento, organización de los eventos y, por supuesto, en las ganancias.

En este contexto, el año pasado se anunció una pelea sin precedentes. Las dos mejores rankeadas del mundo y dos de las mejores boxeadoras de todos los tiempos llegaban a un acuerdo para enfrentarse en abril del 2022.

Amanda Serrano, en mi opinión, es la mejor boxeadora de la historia. La boricua ha sido campeona en 9 ocasiones y 7 divisiones distintas, logro que ningún otro boxeador o boxeadora ha obtenido.

Katie Taylor, por su parte, es la mujer más dominante en la historia de las 135 libras. En esa división ha ganado todo lo que es posible ganar, tanto en el amateurismo como en el profesionalismo. Cuando Taylor comenzó a boxear en Irlanda era ilegal hacerlo. Tuvo que cambiar de look y su nombre y competir contra niños para poder hacer lo que más le gustaba: boxear. La irlandesa tenía ventaja de recibir en su peso a la boricua que tendría que subir a peso ligero para enfrentarla. Así, se pactaba una pelea entre dos boxeadoras por todos los títulos de la división con un impresionante récord combinado de 62 victorias, una derrota, un empate y 13 campeonatos del mundo.

Los promotores Eddie Hearn y Jake Paul acordaron organizar el evento más importante de la historia del boxeo femenil. Con toda la pompa que acompaña a las peleas estelares de hombres, pero que usualmente no está presente en las peleas de mujeres, organizaron una gira mundial, ruedas de prensa, entrevistas y se anunció que la pelea sería en Nueva York con una puesta en escena al nivel de las boxeadoras en cuestión.

Rápidamente, la pelea trascendió el plano de lo deportivo para convertirse en un evento político, en amplio sentido. Las mujeres aficionadas al boxeo respaldaron la función, se apresuraron a comprar boletos, a manifestarse en redes sociales y todo esto provocó una avalancha de respaldo por parte del lado comercial del boxeo.

Dos muestras para mí significativas son: la inclusión de mujeres en todos los espacios de análisis del deporte, y que la nueva imagen de Cleto Reyes, una de las marcas más importantes en guantes, es una niña boxeando. Pero también, como era de esperarse, molestó al sector conservador y machista del boxeo. El promotor más famoso de box, Bob Arum, organizó una pelea el mismo día en Las Vegas entre dos boxeadores hombres con mucha fama. Inclusive, el nonagenario dio una entrevista diciendo que no había comparación entre los dos pleitos, que el de los hombres sería mucho más atractivo. Poco sabía.

Llegó la noche esperada. El Madison Square Garden, que es para el boxeo lo que la capilla de San Pedro para el catolicismo, albergaba por primera vez como función principal un encuentro entre mujeres. La mirada de ambas era incontenible. Sonó la campana, salieron de inmediato a entregarse, con la convicción de que ese día boxearían como nunca lo habían hecho. Atacó Serrano, su velocidad de puños se hacía patente. Taylor contragolpeaba con una izquierda seguida de una derecha que evidenciaba su ventaja en peso. Velocidad contra fuerza, técnica en ambas, recorrían la lona sin dar tregua. Terminó el primer round, no hubo estudio, fue el preludio de lo que serían los siguientes: una guerra.

En el round 5, las boxeadoras intercambiaron metralla. Serrano tomó la delantera, conectó una derecha que tambaleó a Taylor, olió sangre, guiada por los instintos más primarios se fue sobre de ella, combinó derecha con izquierda, le abrió la nariz. Taylor, sintiéndose amenazada, confió en el poder de su guante derecho la salvación de la pelea. Intentaba abrazarse. No parecía que tuviera escapatoria. Volvieron a conectarla con varios golpes, intercalados al cuerpo y al rostro. Cuál leona herida, se mantenía armada, peligrosa hasta el final. Si Serrano iba a acabar con ella, vendería cara la derrota. Dispuesta a pagar el precio fue Serrano sobre de ella, volvió a conectarla y se llevó lo propio. Faltaban 47 segundos para que el round terminara. Taylor sangraba, tenía la mirada perdida, las piernas fuera de balance, parecía caer, pero ella no lo permitía. Habría que utilizar un lenguaje que raya en lo místico para explicar como sobrevivió la embestida del quinto round. La pelea siguió desarrollándose en ese tenor. Taylor se recuperó y atacaba con golpes de poder, ganó varios rounds con contundencia, la pelea se cerró.

Para quienes como a mí nos apasiona el boxeo, el 30 de abril de 2022 será recordado -como se advertía en el promocional- “para la historia”. Taylor y Serrano, puño a puño, frente a 25,000 personas y más de 1 millón y medio de televidentes cambiaron la historia de mi deporte favorito. Terribles y sublimes, indistinguibles las diosas de las bestias se encontraban a través de los golpes, sabiendo que sobre sus hombros yacía el peso de la historia de un deporte: ahí su aportación a reducir las desigualdades en el boxeo. Sobre de ellas el peso de sus propias luchas, sus historias personales, las veces que les dijeron que el boxeo era para hombres, pero también en su esfuerzo respaldaban las luchas venideras: para que nunca más una niña se vuelva a sentir culpable de amar un deporte dominado por hombres. Esta era una pelea en la que estaba en juego la disputa por el espectáculo. Tenían 10 rounds para demostrar que la calidad del boxeo no depende del sexo del combatiente. Esto lo hacían por ellas, pero también por todas las mujeres que aman el boxeo, las aficionadas y las practicantes, por las analistas y las cronistas, por las manopleras y las cutwoman alrededor del mundo. Esto era para demostrar de una vez por todas que el boxeo es un deporte de hombres y mujeres por igual.

Sonó el aviso que anunciaba que faltaban 10 segundos para que la pelea terminara. Brutales, bestiales, arremetieron una contra la otra con mayor fuerza, con mayor velocidad, con mayor entrega -como si tal cosa fuera posible-. Los espectadores no podían contener su entusiasmo: saltaban, gritaban, los ruidos del ambiente dominaban al sonido de la transmisión. Cualquiera de las dos podía caer, pero no lo hacían; a cada golpe recibido redoblaban la apuesta, 10 segundos para el recuerdo, 10 segundos que para ellas sintetizaban el esfuerzo de una vida, y que para miles de futuras boxeadoras significaban un viraje en la práctica de su deporte. La pelea terminó. Las bestias ensangrentadas, rajadas, con las caras laceradas, se miraron por un instante y juntando las fuerzas que les quedaban se abrazaron. Diosas, sublimes, con miles de devotos entregados a ellas, recorrieron el ring. Ahí, frente a todos y todas habían hecho historia.

Un juez vio ganar a Serrano, dos jueces vieron ganar a Taylor. Yo vi ganar a Serrano. Nada de eso importa. Esa noche ganaron todas.


Notas relacionadas