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Jornadas de democracia


Camila Martínez

Salí a votar este domingo por tres razones. La primera, por hacer honor a las luchas sociales que han exigido una democracia que trascienda lo representativo y genere herramientas de participación directa como termómetro recurrente de la gente y su sentir. Fui con la convicción de que cualquier oportunidad para hacer escuchar nuestras voces como sociedad debemos tomarla sin rechistar.

El segundo motivo fue, y debo ser clara, porque yo sí quiero que el presidente López Obrador continúe con su sexenio. El tercero, y quizá el más profundo, voté por mi yo de 10 años, por mi crecimiento en medio de una Guerra entre cárteles y la complicidad de un Estado militar. Llegué a las urnas conducida por un recuerdo doloroso que tengo y que espero no vuelva a ocurrir jamás.  

La noche anterior junto con amigas habíamos hecho cálculos a ojo de buen cubero y, basándonos en la consulta del Juicio a Expresidentes, donde salieron a votar 7 millones de personas, calculamos que si en la Revocación de Mandato llegábamos a ser 12 millones se habrían cumplido las expectativas con creces. Comentamos que aún en nuestro país la democracia participativa no se ha abrazado del todo, que conservamos una cultura donde a los mexicanos y las mexicanas nada más se nos pide el voto una vez cada 6 años y es la clase política la que decide; coincidimos que estamos buscado romper con ello.  

El domingo a mitad del día asistí a mi casilla después de acompañar a algunos de mis amigos a ejercer su voto. De camino a ella algo llamó mi atención: en Avenida Coyoacán, la casilla junto a CUPA, en la demarcación Benito Juárez, tenía una fila gigantesca para votar. Detuve el taxi en el que iba y me bajé a grabar un video para redes sociales y conversar con la gente. Escuché las voces con ganas de que le preguntaran por qué votar, para qué, sus manos excitadas acompañaban el razonamiento: “para que nunca más tengamos que aguantar un Fobaproa” me dijo un señor. Así, cuando ejercimos nuestro voto pensamos en las heridas y en los corajes vividos, causados por una política que hoy, con la gente en las urnas, estamos resquebrajando.  

Vi también mucha gente haciendo fila para votar con sus hijos e hijas. Pensé que ahora hay una generación que está creciendo con estos ejercicios y que inculcar los derechos democráticos como si fuera algo normal, tiene un potencial transformador para nuestro país que, en el mediano plazo, dará resultados.  

Recordé cuando acompañé a mis papás a votar en la consulta del segundo piso del Periférico de la Ciudad de México. Un referéndum que convocó ese mismo señor, entonces jefe de Gobierno y quien hoy es presidente de la República.  

Me quedé pensando en qué dirán mis hijos cuando los tenga. Si quizá, como leí en una red social, me preguntarán “por qué validé una simulación democrática votando en la consulta”. Más bien, pensé, seguramente me preguntarán por qué dejamos que sucedieran los sexenios de Felipe Calderón y tantos otros, por qué los dejamos terminar como si nada hubiera sucedido, por qué si el poder es de la gente no les pusimos antes un alto.  

Con ese pensamiento final tomé el crayón negro y taché la boleta.  


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